Estimulante y vitalista el concierto del Trío Arbós en una sala pequeña y acogedora que aún espera afinación acústica para la música sin micros. Quedó pendiente en la muy dilatada rehabilitación y proyecta mal el sonido, seco y estático. La fogosidad de los tres jóvenes y excelentes instrumentistas hizo más evidente la falta de un sencillo retoque para acoger adecuadamente la música de cámara.

El magistral Trío con piano en re menor Op.49 de Mendelssohn (escrito a los 30 años) tuvo la lectura apasionada que mejor describe a uno de los dos compositores coexistentes en la misma persona: el romántico absoluto y fantaseador que se apoya en el sabio constructivismo del neobarroco, menos popular pero admirable. Los intérpretes estuvieron magníficos en los cuatro movimientos, empezando por un molto allegro digno de Brahms, para seguir con la encantadora "canción sin palabras" que es el andante traquillo, básicamente pianístico, la inimitable calidad aérea del scherzo y la densa emotividad del finale, siempre arrebatado.

Fue lo mejor del programa sin menoscabo de las dos obras precedentes, singularmente el Trío en fa Op.18 de Saint-Saëns. La entrega sin reservas de la violinista Cecilia Bercovich, el virtuosismo del pianista Juan Carlos Garvayo y la elegancia del violonchelista José Miguel Gómez -un poco apagado en ocasiones- pusieron en valor la partitura del francés -tan vinculado a Gran Canaria- sobre todo en el primer allegro, extraordinariamente construido por la movilidad y las muchas ideas combinadas y alternadas en un moto ceñido que nunca se relaja. Perfecta la cantabilidad del andante y muy motivadora la agilidad del scherzo. El último allegro sonó más retórico y con menor entidad artística, pero es lo que hay en la partitura.

Habían empezado con la fantasía 'Círculo', Op. 91 de Joaquín Turina, cuyos tres movimientos (Amanecer, Mediodía y Crepúsculo) se alongan en ritmos y evanescencias de contrastada expresividad, siempre en la atmósfera andalucista del autor. Muy bien tocado, ciertamente, pero a distancia notoria de la maestría de Mendelssohn y Saint-Saëns. En cualquier caso, sobraba el complaciente bis: una versión simplona del pasodoble Islas Canarias.