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Crónicas galantes

El príncipe empresario (y verde)

Es fama que los reyes viven como reyes sin dar palo al agua, pero igual nos estamos pasando de republicanos. Basta ver los esfuerzos -más tediosos que titánicos- de Felipe VI a la búsqueda de alguien que quiera hacerse cargo del Gobierno para deducir que no todo es champán y portadas del Hola en la vida de los monarcas. Y luego está el caso singular del príncipe Carlos de Inglaterra, naturalmente.

Sobrepasada ya la edad de jubilación, el heredero de la Corona británica ha aprovechado la larga espera para forjarse una carrera de empresario y artista de éxito. Estos días se supo que el marido de Camila es uno de los más cotizados acuarelistas del Reino Unido, gracias a la venta de litografías de su obra que en los últimos 25 años le reportaron unos ingresos de casi ocho millones de euros.

El asunto es de mucho mérito si se tiene en cuenta que Carlos se limita a vender copias -a 3.200 euros la pieza- de los paisajes que pinta en sus reales dominios para entretenerse mientras espera a que su madre le ceda algún día el trono. Los originales los cuelga para goce propio en las paredes de sus mansiones.

Los 300.000 euros que el príncipe ingresa cada año a cuenta de su hobby exceden, con mucho, el caché de la mayoría de los artistas de su país, que acaso caigan en la tentación de creer que se está aprovechando de su posición. Las apariencias sugieren que, en efecto, lo que vende es su firma; aunque no falten cortesanos que se deshagan en elogios a las "encantadoras obras de arte" que Carlos pinta "dentro de la tradición inglesa de la acuarela".

Puede que le estén haciendo la pelota, aunque no es menos verdad que el heredero británico había dado ya muestras de su excelente olfato para los negocios, artísticos o no. Mientras hacía tiempo a pie de trono, Carlos se las ingenió para convertir su ducado de Cornualles en una floreciente empresa que arroja beneficios por valor de varios millones de euros cada año con la facturación de cientos de productos.

Gasta el príncipe de Gales fama de viejo verde desde que se reveló al público aquella conversación en la que se ofrecía a "llenar el depósito" a Camila y ocupar el sitio de su tampax; pero lo cierto es que bien podría militar, por otras razones, en el bando de los verdes.

Sus empresas se dedican, de hecho, a la agricultura orgánica con tal éxito que la línea de productos Duchy Originals es ya una marca imprescindible en los supermercados de alto copete. Allí vende el príncipe desde galletas de avena a extractos de flores de gran utilidad para aliviar el catarro y el asma; por más que algunos médicos irreverentes -y tal vez republicanos- hayan puesto en cuestión las virtudes del brebaje.

A esas inquietudes ecológicas que bien podrían valerle el título de Príncipe Verde, Carlos de Inglaterra añade también la promoción inmobiliaria con el propósito de oponer los valores de la arquitectura tradicional del ladrillo a las nuevas tendencias basadas en el uso del cristal y el acero. Incluso en esto, el royal metido a granjero y artista es un hombre de ideas a la antigua usanza. Un conservador disfrazado de conservacionista, como tal vez corresponda a su elevado estatus.

Empresario, artista, ecologista y constructor, el eterno aspirante al trono de Gran Bretaña parece desmentir con su ejemplo la reputación de indolencia -y hasta gandulería- que padecen las gentes de testa coronada. Igual ya ni ganas tiene de ceñirse la corona cuando por fin le toque. Si es que le toca algún día, claro está.

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