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A tiempo y a destiempo

Cuaresma, un tiempo para escanear la vida

Tiene mala prensa. Hablar hoy de Cuaresma apenas significa algo para la mayoría de la gente. A lo más es una falsilla negra sobre la que escribir en blanco el desbordamiento del Carnaval. A ella se acude con frecuencia para justificar tanto desmadre. Sin embargo, cuando llegó la Cuaresma ya corrían desnudos por las laderas del Palatino los mozos de Roma azotando las nalgas de las mujeres para hacerlas fecundas. Eran las lupercales que se celebraban en febrero.

El Carnaval no es el contrapunto a las "carnes tollendas", ni la Cuaresma un movimiento sísmico que imponía por decreto el cinturón de castidad. El exceso siempre estuvo ahí, lo único que ha ido cambiando, a lo largo del tiempo, es el motivo, su justificación.

Nace la cuarentena cristiana como una novela por entregas. Como esas series televisivas que van sumando episodios hasta redondear una historia. Primero fueron unos días, luego una semana, después tres semanas, hasta llegar a los cuarenta días emblemáticos que le dan nombre. Tiempos hubo, ya superados, en los que la sobredosis cuaresmal alcanzó cotas nunca vistas: quincuagésima, sexagésima y septuagésima. El Concilio Vaticano II volvió las cosas a su cauce e introdujo este tiempo litúrgico con las siguientes palabras: "El tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a escuchar la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo, mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia". Por tanto, al principio, existió la Pascua, después vino la Cuaresma como itinerario y entrenamiento para la jugada definitiva: "Pasar," -esto significa "pascua"- nosotros también, a una vida nueva, a una vida resucitada. De eso se trata, de asumir con mayor convicción un dinamismo que, si de verdad lo viviéramos los cristianos, todo se volvería reto, progresión y competitividad en el servicio y en la práctica del bien. Casi nada.

Por todo esto, poner cara de cuaresma no es lo adecuado. "Cuando ayunes -decía Jesús- perfúmate la cara y que nadie lo note". Cuaresma no es un tiempo necesariamente triste, sino un tiempo cargado de esperanza. Una esperanza que es don y se hace tarea. Urge un escaneo general. Conocer nuestras necrosis, a nivel personal y social y desatascar el agua del bautismo que a muchos cristianos no les ha llegado a numerosos rincones de su persona. "La penitencia cuaresmal -afirmará también el Vaticano II- no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social". Y es que la ceguera, la indiferencia, que hace " invisibles" a los pobres, a los que estorban, es doble: ambiental, social y también personal e intransferible. También en una España "en funciones".

Hacer una lista de deberes a nivel social no es fácil. Se acumulan demasiadas demandas y no sabemos por dónde empezar, ni sabemos qué hacer. Pero, algo hay que hacer y, para esto necesitamos tiempo, silencio, desierto, pensar, discernir.

No podemos vivir en el eterno cabaret y las letras de las comparsas y chirigotas, profecías del momento, requieren no sólo aplausos, también reclaman implicación, cambios.

Las muertes en el Mediterráneo; los miles de niños prófugos raptados, violados; la levedad del voto de los ciudadanos a la búsqueda de un presidente; los prófugos que dividen el corazón de los europeos con su necedad frente a las mujeres; el gobierno italiano que se baja los pantalones ante el presidente iraní, mientras le pone el burka a sus estatuas desnudas para no incomodar a la nutrida delegación con la que había asegurado previamente un contrato de 17.000 millones de euros; una Europa sin identidad, solo preocupada por sus finanzas; las guerras mundiales por etapas que se libran en el mundo; el hambre y la necesidad que mata a inocentes, como en las antiguas guerras de asedio y fosos, sin el mínimo respeto a las leyes; la fábrica de silencios cómplices ante la corrupción y el escándalo de los poderosos; la inoperancia de los organismos internacionales que consumen el tiempo en el bla, bla? Son alarmas que se encienden, gritos que aturden? ¿Por dónde empezar? Necesitamos de la Cuaresma, de un tiempo para poner distancia y contemplar el bosque. Urge escanear a fondo nuestra vida personal, social, eclesial y encontrar respuestas, motivos para seguir esperando.

Los hay y el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año jubilar nos marca un camino: sentirnos todos, desde los más ricos y fuertes, a los más débiles y frágiles, "pobres mendigos."

La figura del "pobre mendigo" recorre el texto entero del Papa, hecho público el pasado 26 de enero. Francisco pone el foco sobre este tiempo litúrgico, porque quiere que no olvidemos el objetivo primero de este Año Jubilar: "Despertar nuestra conciencia a menudo dormida frente al drama de la pobreza". Un sueño que afecta particularmente a los "hombres de corazón soberbio, a los ricos y a los poderosos,". De manera más incisiva, Francisco denuncia "las ideologías del pensamiento único y a aquellas tecnociencias que pretenden reducir a Dios a lo insignificante y a los hombres, a masas fácilmente manipulables," sin olvidar "esas sociedades ricas que cierran sus puertas a los más pobres y ni siquiera quieren verlos".

Frente a la ceguera colectiva: silencio y escucha de Dios. Él habla, habla siempre, y ante el dolor y la miseria concreta, no hay más antídoto que las obras concretas y cotidianas. La Cuaresma no es parar la fiesta, es recorrer un camino para que esa fiesta sea completa y solidaria. Sin silencios no tendríamos música. Este tiempo si no existiera tendríamos que inventarlo. Cuaresma también es eso.

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