Uno de los olvidos más portentosos de la política española (y de la canaria) es Europa. Las fuerzas políticas españolas siguen olvidando Europa, si no por una ignorancia inconcebible, sí por una comodidad demagógica considerable. El dirigente político español ignora los compromisos y mecanismos europeos como quien se olvida de su propio culo. Algo momentáneamente razonable, pero peligroso a la hora de sentarse. Ahora mismo el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, intenta sumar una mayoría parlamentaria con un programa de izquierdas y, por supuesto, las izquierdas reclaman el fin del austericidio, el aumento de la inversión pública, la recuperación del gasto en educación, sanidad y dependencia o el abierto incumplimiento de los objetivos del déficit establecidos por la Unión Europea. Lo que ocurre es que todos estos anhelos y demandas pretenden operar como si España fuera un Estado en condiciones de dictar fundamentalmente su política económica, fiscal y presupuestaria, y no es así. Olvidarlo es un ejercicio de sordera pueril, pero se trata de una sordera que se celebra como una eucaristía. Como Alexis Tsipras comparte mesa y mantel con los fieros ogros de Davos y a la vuelta a Atenas se enfrenta con una huelga general, el ejemplo de desafío y gallardía ya no es Grecia. Ahora el ejemplo es Portugal, con su gobierno progresista, y Francia, que ya ha dicho que no cumplirá los objetivos de déficit. Pero en ningún caso los gobiernos de Lisboa y París han anunciado que abandonarán el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y el compromiso de equilibrio presupuestario. Simplemente han anunciado que solicitarán, de nuevo, mayor flexibilidad en los plazos para cumplir el calendario de objetivos de déficit, exactamente lo mismo que de facto se ha aplicado al caso español en el último lustro. Respecto al referente portugués, quizás convenga recordar que en el pasado diciembre aumentó en veinticinco euros (25) el salario mínimo e incrementó en dos euros (2) las pensiones de jubilación más modestas. También, ciertamente, se han implementado algunos programas de apoyo a la infancia y familias con riesgo de exclusión social. Nada menos pero, sobre todo, nada más. Y, sin embargo, igual que durante la larga campaña electoral, se escuchan infinitas voces socialistas, comunistas y populistas que insisten hasta la nausea en que basta con alcanzar el control del Boletín Oficial del Estado para que, desde sus páginas abiertas, se abra un río de leche y miel que llegue hasta el último rincón del país. Cualquiera de estas izquierdas comenzaría a ser más creíble y a merecer mayor confianza si abandonara ese provincianismo impostado y propusiera una agenda de cambios políticos e institucionales para una Unión Europea en creciente crisis de legitimación, que no termina de ganar la batalla de la recuperación económica y está perdiendo sus principios fundacionales y sus responsabilidades éticas cuando se queda hasta con los calzoncillos de los refugiados.