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Las urnas siguen abiertas

Seguimos en tiempo de urnas aunque fuera anteayer cuando pasamos por ellas. El cálculo electoral continua instalado en el centro de la operatoria de los partidos y en estrecho vínculo con la resistencia de las cuatro principales formaciones políticas a buscar el terreno común del pacto.

Los resultados del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de enero acrecientan la expectativa de nuevas elecciones en la medida en que confirman que se mantiene la tendencia ascendente de Podemos. El partido morado no va a resistir la tentación de consumar su afán de colocarse por encima del PSOE y, con esa perspectiva, reuniones como la de ayer entre Sánchez e Iglesias son poco más que una parodia de negociación política.

Podemos comparte con el PP la prisa por acelerar lo que, al final, puede ser sólo el trámite hacia otra convocatoria electoral y por eso se suma al empeño de los populares en forzar que se ponga fecha a la sesión de investidura. Es cierto que el margen de un mes pedido por el líder del PSOE para componer un pacto resulta excesivo, pero también lo son los dos meses que hay que aguardar para convocar nuevas elecciones si el candidato fracasa, algo que, como se comprobó en Cataluña, sirve sólo para que se apure el plazo hasta la última hora.

La urgencia repentina del PP, que no se exasperó por la quietud de Rajoy, responde a la incertidumbre que genera el Sánchez presidenciable, tanto por la, muy improbable, posibilidad de que su opción prospere como por la circunstancia de que, en este momento procesal, están fuera de la senda del poder. Esa incertidumbre es una fuerza disgregadora de alcance imprevisible, que amenaza la posición pétrea de un líder ahora de apariencia intocable.

La misma decisión de Pedro Sánchez de postularse como cabeza de un Ejecutivo alternativo al del PP tiene una parte considerable de cálculo electoral. Este tiempo a la busca de la investidura le confiere una posición de liderazgo que retrae a quienes lo cuestionan desde dentro de su organización. Y, desde la perspectiva exterior, la evolución del voto que muestra el barómetro del CIS revela que era la salida con mayor potencial para relanzar como opción de gobierno a un partido que sigue en un constatable retroceso.

Rajoy no defraudó al rehuir lo que conforma a los héroes clásicos: la aceptación de un destino que saben trágico de antemano, en su caso encarar un Congreso del que iba a salir cubierto de rechazo. Pero en el momento en que desperdició la ocasión de dotar a su figura de esa talla heroica brindó a Pedro Sánchez una oportunidad impensable en la noche del 20 de diciembre. Esa es la auténtica 'sonrisa del destino' de la que hablaba Pablo Iglesias el día en que ofreció al líder del PSOE presidir el Gobierno del que él ya era vicepresidente.

En las próximas semanas sabremos si esta oportunidad acaba con un Sánchez gobernante o se queda sólo en un candidato relanzado ante unas nuevas elecciones. La posibilidad más remota parece la que alienta Rajoy de, una vez más, esperar agazapado al fracaso del socialista para postularse de nuevo como presidente sin apenas hacer concesiones a aquellos a los que pide los votos.

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