Los filósofos de la academia -es decir, los funcionarios- están bastante irritados, agónicamente irritados, con lo que hace la ley del exministro Wert -la Lomce- con su maltrecha disciplina. Si no lo saben ustedes, la Lomce elimina la filosofía como asignatura obligatoria en la enseñanza secundaria y la relega a un cajón de optativas. Es cierto que la optativa de segundo de bachillerato será elegida por cada centro, pero esa autonomía resulta seriamente cuestionable cuando se han reducido muy sensiblemente plazas y recursos formativos. En la ESO tampoco habrá ya Ética -la alternativa a la educación religiosa que se proporcionó a mi generación- y la enseñanza de los conceptos democráticos y de los valores laicos se ha considerado perfectamente prescindible. Un adolescente de este país puede terminar la enseñanza secundaria y estar convencido de que Sócrates fue un gran jugador de fútbol, aunque demasiado aficionado al ron de caña y al sistema aforístico de las caderas mulatas.

Se suele decir -es lo primero que argumentan los propios profesores de filosofía- que la voluntad de exterminio académico de sus valiosos estudios está motivada por la carga terriblemente crítica de la filosofía. Al parecer, si uno susurra tres veces, por ejemplo, el nombre de Hegel -jegeljegeljegel- al paso de Francisco González el ilustre banquero, presa del pánico, corre a esconderse en un sótano, y deslizará su dimisión en un sobre lacrado por debajo de la puerta. También resulta curioso el criticismo detectable en las facultades de filosofía que apenas deja respirar de pura indignación a individuos (e individuas) que trabajan veinte horas semanales después de conseguir la titularidad de la plaza hasta el fin de los tiempos gracias a una tesis doctoral más o menos mañosa y un concurso-oposición producto de los enjuagues entre familias y facciones de su propia universidad. Los más felices son los filósofos comprometidos con una perspectiva modernuqui, bien sea étnica, bien sea de género, porque pueden solazarse en la creación y recreación de una nueva jerga que solo conocen y reconocen y validan y toman en serio, en fin, ellos mismos. Les ocurre algo similar que lo que les pasa a los enanos, según Augusto Monterroso: "Los enanos siempre se reconocen entre sí gracias a un prodigioso sexto sentido".

Yo sospecho que se quiere enterrar a la anciana filosofía en la enseñanza media por la misma razón básica por la que se anhela aniquilar la literatura: para evitar la vergüenza de comprobar que no se ha enseñando a leer comprensivamente ni a escribir correctamente a los niños. La literatura y la filosofía son involuntarios agentes de denuncia de ese fracaso de la educación que pretende corregirse con una nueva ley orgánica cada cinco o seis años: ni se sabe leer ni se sabe operar con conceptos abstractos: por supuesto, después está la caótica reforma de Bolonia, y nuestros inservibles departamentos de filología y filosofía, y la mercantilización batueca y torpe de la enseñanza universitaria. Pero lo primero es evitar la vergüenza.