A lo largo de los años he desarrollado una teoría que he presentado a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, porque conocí una vez a un profesor que vino a la tienda de mi padre a hacer un trabajo de antropología sobre el homo isletense, y me di cuenta de que mi curiosidad natural por el comportamiento de mis congéneres podría muy bien haber encaminado mis pasos hacia esta ciencia de la que, para mí, es principal exponente mi abuela Consuelo, que es como Marvin Harris, pero, en vez de descubrir por qué los aztecas comían carne humana, se centra en por qué hace días que la vecina tiene la cara como si tuviera "la cría muerta".

Pues bien, mi hipótesis, probada en meses de arduo trabajo, incluso con pruebas empíricas en las que he sometido a mi propio cuerpo a condiciones extremas, es que los adolescentes carecen de terminaciones nerviosas.

Todo empezó un Carnaval en el que mi prima, cuya máxima preocupación es comprobar hacia dónde se peina la moña Justin Bieber, me pidió que la acompañara a comprarse un disfraz, con su novio, un muchacho muy formal, que está haciendo una FP de Electricidad y que parece que va en serio, porque le ha regalado su gorra favorita de Los Chancletas.

Las estanterías estaban repletas de disfraces, pero a cada cual con menos tela. La bruja, bruja sexy, el obrero, obrero sexy, la vampiresa, también sexy... y así hasta el infinito. "No te preocupes, Yamisleisis, que lo que hacemos es que te pones unos leotardos y una malla negra y encima el traje, que si no te vas a coger una broncopulmonía espasmódica con doble tirabuzón, que tu madre me va a coger por los pelos y me va a arrastrar hasta Las Coloradas", le dije a la incauta, mientras sostenía su atuendo de enfermera sexy en la cola para pagar. Me miró con esa cara de desdén que tienen los chiquillos de hoy, que, como diría mi abuela la antropóloga: "Parece que todo les jiede" (hiede).

"Yassss, qué exagerada", se limitó a decir, con la complicidad del futuro electricista, que había decidido comprar una bata de médico, que completaría con unos calzoncillos boxer, "pero de los pegados", y unos calcetines, conjunto al que añadiría un enorme termómetro de plástico "pa' vasilá fleje con la peña". Esa noche decidí hacer trabajo de campo y me dejé caer por el parque a ver si encontraba a mi prima y el novio o a dos témpanos rollo caminante blanco de Juego de tronos. Yamisleisis no sólo estaba como la seda, sino que tenían hasta un tono sonrojado en las mejillas, ella y los miles de pollillos que invadían el Intercambiador. Teoría probada, el frío es directamente proporcional a la edad y los jóvenes no tienen terminaciones nerviosas. La ULPGC estudia ahora si presentar mi proyecto para coger fondos europeos y darme una beca en Laponia para hacer un estudio comparativo. La ciencia es lo que tiene.