La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Tonto como un semáforo

Querido amigo, muchas noches me quedo hasta las tantas en la oficina enchufado al ordenador. Me dedico a leer los periódicos digitales y alguna que otra cosa por la que solo se interesan los búhos o algún sonámbulo que se mantiene despierto a esas horas.

Cuando me vuelvo a casa, las calles están desiertas y es tan absoluto el silencio que hasta se oye el clic del semáforo cuando cambia de color.

Los semáforos, esos extraños autómatas que no paran de funcionar durante todo el día pero que tampoco se detienen por la noche, y van pasando del rojo al amarillo y del amarillo al verde sin que nadie les haga ni puñetero caso. Son el producto de una robótica tonta que insiste en que pases o no pases cuando nadie intenta pasar...

Las ciudades las han hecho para llenarlas de coches y de gente y, cuando se hace de noche, las calles, los semáforos, las farolas, los pasos de cebra, los discos de stop o prohibido el paso, no sirven para nada, son una bufonada nocturna y lo mejor sería apagar las luces y marcharnos todos a casa.

Frente a mi casa hay un gimnasio y desde mi ventana veo cómo la gente se machaca en una bicicleta estática. La peor parte del circo que montan la tiene un tipo que corre y corre sobre una cinta que va hacia atrás mientras que él se empeña en correr hacia delante. El tío no para de sudar y correr, pero no avanza ni se mueve del sitio. Parece un hámster metido en una jaula de cristal.

Si esa gente estuviera en un país frío, lo podría entender pero, aquí, que tenemos sol todo el año y avenidas y parques donde correr al aire libre, me parece un sinsentido, sobre todo si, además, tienes que pagar por eso.

Hay muchas formas de ganar y perder el tiempo. El tiempo es algo que puedes medir, ganar o perder, es tu esclavo y puedes hacer lo que quieras con él, pero tienes que saber que no se puede recuperar el tiempo perdido y que la vida es más corta de lo que parece.

Se pregunta uno, Gregorio, si no deberíamos cerrar el kiosco también, y no estar despilfarrando el poco tiempo que nos queda.

La semana pasada mi hermano Claudio se fijó en una página del periódico en la que había ocho esquelas y donde, para su sorpresa, todos los finados tenían menos años que él...

Estamos ensimismados en el empeño de seguir viviendo y en la preocupación de salvar nuestra economía, cuando ya no nos queda tiempo ni para arruinarnos.

Pero no tenemos remedio y, como dice Woody Allen, "si los seres humanos tuviésemos dos cerebros, seguro que haríamos el doble de tonterías..."

Si no paramos ahora y nos dedicamos a disfrutar de lo que tenemos, es que somos tontos, Gregorio, tan tontos como un semáforo que sigue funcionando aunque la calle esté vacía.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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