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Papel vegetal

Zika

Estamos a propósito de la alarma en torno al zika ante un caso parecido al de aquella fiebre porcina con la que la Organización Mundial de la Salud asustó al mundo al hablar del peligro inminente de una gran pandemia?

El lector recordará el enorme revuelo levantado entonces por las noticias supuestamente científicas según las cuales aquel virus podía acabar matando a millones de personas en todo el mundo.

Los gobiernos gastaron entonces millones de dinero público en almacenar vacunas para tratar a los ciudadanos sin que al final aquel virus, como otros, resultara ni de lejos tan mortífero como nos habían advertido.

Se acusó entonces a la voraz industria farmacéutica de haber presionado a las autoridades sanitarias y a los gobiernos con el único fin de aumentar los beneficios de sus accionistas.

Lo ocurrido en aquella y otras ocasiones similares hace que tomemos con un grano de sal las noticias que rodean a lo que se presenta como una nueva epidemia de consecuencias imprevisibles en la que deberían protegerse sobre todo las embarazadas.

Esta vez, la OMS ha emitido una alerta epidemiológica por la supuesta relación del virus con el aumento de los recién nacidos con microcefalia y ha recomendado a los 140 países miembros que apliquen sus estrategias para controlar el mosquito transmisor.

Un periodista de investigación estadounidense llamado John Rappoport, que ha seguido en otras ocasiones ese tipo de alertas, ha llamado la atención sobre una serie de incongruencias en torno a la nueva epidemia.

Así, en un principio se habló de más de 4.000 casos de microcefalia en Brasil, cifra que se rebajó luego a 404 sin que se estableciese una relación directa entre el virus y ese trastorno neurológico más que en algunos casos.

Ni siquiera está claro, según Rappoport, que las microcefalias detectadas en los recién nacidos, cualquiera sea su cifra hasta el momento, se deban a ese virus pues no pueden descartarse, según él, otros factores como podrían ser el uso extensivo de determinados pesticidas, prohibidos en otros países.

El virus del Zika se detectó por primera vez, según explica, en 1947, aunque podía llevar ya siglos en el mundo sin que hasta ahora los síntomas provocados se considerasen otra cosa que leves.

En declaraciones al Corbett Report, Rappoport recuerda cómo en 2009, cuando se produjo la alarma mundial a propósito de la fiebre porcina, se silenciaron las informaciones de una emisora estadounidense de TV según las cuales la inmensa mayoría de las muestras de sangre enviada a los laboratorios para detectar el virus habían resultado negativas.

Una noticia así no podía estropear el gran negocio de los laboratorios fabricantes de la vacuna, negocio propiciado por las informaciones alarmistas que se habían estado publicando en los medios anglosajones primero y luego en los de todo el mundo sobre la catástrofe que se avecinaba.

Como dice Rappoport, el modo de actuar es siempre el mismo: primero se exagera el peligro que representa un virus, proclamando que se trata de una epidemia; se crea así pánico en la población mundial, que demanda medidas urgentes para atajarla, los gobiernos gastan millones en una vacuna y los laboratorios hacen su agosto.

De ahí que lo primero que deberíamos exigir a las autoridades sanitarias en casos como este es que nos demuestren de modo fehaciente que se trata realmente de una epidemia, que hay una causa que justifica el eventual dispendio, sin que tengamos por qué aceptar las premisas sin hacerlos al menos algunas preguntas.

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