La Provincia - Diario de Las Palmas

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Palabras en el Malpéis

El espíritu de Néstor Martín

Aún no llegan el ruido y el humo de carburante al acogedor patio del Pueblo Canario, aunque en los días de laburo los coches hormiguean desesperadamente alrededor de las sombras almenadas del recinto buscando donde encontrar hueco. Es el sino de aquella maravilla de pensamiento urbanístico, Ciudad Jardín, ideada por Miguel Martín y hoy atrapada en el farragoso destino del tráfico rodado de una urbe portuaria, inquieta y mercantil.

Cuando cae la noche y se encienden las farolas que dan luz al recinto, se acentúa aún más la ilusión óptica de encontrarnos en una de sus escalinatas al Xavier Cugat de las películas hollywoodenses marcando los primeros compases a una vedete con turgentes muslos rematada con una suite de piñas y plátanos a modo de sombrero en su cabeza. Cugat, notable violinista, lo tenía claro: prefería tener una casa con piscina tocando relamidos mambos que interpretar a Bach y pasar hambre.

El recinto soñado por Néstor el pintor y dirigido en su construcción por su hermano arquitecto para albergar su obra pictórica y la idea fundacional de vincular turismo y cultura identitaria con la que el esteta quiso inocular a sus islas natales ha pasado por numerosas vicisitudes desde que fue inaugurado. La última, como se sabe, ha encendido las alarmas mediáticas locales y con ellas las preocupaciones de los responsables políticos de turno.

El lugar ha servido de postal turística en tecnicolor; ha ejercido de zoco de mercancías y cachivaches de incierto origen artesanal; de restaurante y bar en comilonas y homenajes literarios en el tardofranquismo, entre olores a habanos palmeros y bigotes atiplados; de neutral territorio para ruedas de prensa de distinto pelaje; de pantalán para cronistas alcohólicos que un día soñaron con ser escritores; de oficinas turísticas con ambiente triste y, sobre todo, de museo que intenta huir de su destino como sarcófago gracias a los desvelos de un director de indesmayable compromiso con un singularísimo artista cuyo sino final parece estar abocado a ser reproducido hasta la saciedad en las láminas de un calendario bancario.

Sin embargo, tal es su karma, la vida sigue alumbrándose en el recinto con el beso furtivo de unos adolescentes en sus intramuros o con una mañana de infantiles domingos observando la colorista coreografía de bailadores folclóricos vestidos con los trajes que ideara el mismo Néstor y que refulgen, a pesar de su distorsión histórica, en medio de aquel naíf decorado colonial.

En realidad la historia del Pueblo Canario es el perfecto ejemplo de la esquizofrenia a la que la ciudad ha sometido a una de sus previsibles fuentes de industrial riqueza, esto es el turismo. A principios de los setenta de la pasada centuria los chonis fueron desalojados de la playa de Las Canteras -la proletaria o la fashionista plaza de la ciudad según donde uno se sitúe- aunque de vez en vez se emperretan en volver en viajes guagueros desde el Sur -una isla dentro de otra- o en fugaces excursiones cruceristas. El casi accidental turista de crucero ha sido olfateado y en algo mimado en los últimos años por munícipes de la anterior Corporación y autoridades portuarias; es un camino que no debe descuidarse.

Porque Las Palmas tiene en su naturaleza engullir al turista con su altanera indiferencia de urbe comercial; como por descuido les regala retazos de su memoria en espacios museísticos que luchan dignamente y con presupuestos ridículos para su continua afluencia diaria en contra de mansiones culturales públicas vacías de interés para el no iniciado en las artes adivinatorias de la contemporaneidad.

Sea cual sea su próximo futuro, el Pueblo Canario -en especial su plaza, porticada de forma natural- acoge un potencial insospechado como pequeño auditorio al aire libre para músicas más o menos amables, desde las músicas de raíz a los boleros o al jazz. El Ayuntamiento capitalino ha hecho bien programando allí un ciclo de músicas y músicos de la ciudad; pero esa es una respuesta ante su anunciada paralización como foco de acción turística que, aun bienintencionada, no debe dejar de ser provisional. Si se mantuviera en el tiempo esa fórmula estaría sujeta en el futuro a los peligrosos vaivenes y caprichos de los presupuestos públicos.

Aprovechando sus bondades climáticas la ciudad necesita desde siempre de espacios al aire libre, lugares de convivencia que sean contenedores de músicas de forma regular y que busquen fórmulas de financiación autónoma para esa actividad. Músicas que sirvan para promover creación local, formar talento gracias a la eficiencia del directo como escuela y fidelizar a un público que, cuando fuese necesario, pague por ello. Las bondades de esa laboralidad -tan frágil en ese sector ya que de industria cultural hablamos-, serían aparentemente modestas pero regulares. Coordinando la oferta de ocio que se ofrece regularmente desde la ciudad, el turismo, junto a un público local ávido de lugares singulares donde escuchar música acompañándose de un condumio o un refrigerio, es un valor seguro como sostenedor financiero de esa idea o de una parte de ella. Que todo eso se contemple en un plan de regeneración integral del espacio que creara Néstor no está de más. Los peligros mayores no vendrían sólo por la inacción, sino por suponer que lo público -siempre tan burocrático y resistente a la imaginación y la emprendiduría- no entienda hasta dónde deben llegar sus responsabilidades en el asunto.

Para eso también deberían imaginarse soluciones que acompañen a lo anterior comprometiendo a la emprendeduría privada, asunto bien difícil porque sabemos que, con excepciones, la industria turística local ha pecado de falta de miras, acostumbrada al rendimiento económico inmediato. La viabilidad económica de la regeneración de ese espacio, acompañada del punto necesario de romanticismo y singularidad que merece, es clave para resolver su futuro. Porque la ciudad y su Memoria lo merecen, cualquier solución tendrá que estar a la altura del espíritu visionario de un pintor de azules, mares y bermellones que nació entre sus calles.

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