La Provincia - Diario de Las Palmas

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La realidad

Más allá de lo inmediato

España prosigue inmersa en un periodo de incertidumbre, sin que a nadie parezca importarle demasiado. La lección de países como Bélgica e Italia es que los Estados pueden continuar funcionando durante mucho, mucho tiempo, sin contar con gobiernos estables al frente. No se trata de un escenario ideal, desde luego, pero nos habla de una cierta continuidad de fondo. Al fin y al cabo, las instituciones siguen activas, los colegios y hospitales abren, se recaudan impuestos y se pagan las deudas, se detiene a los presuntos corruptos y así un largo etcétera. Determinadas inercias positivas persisten a buen ritmo. La economía todavía crece con un ritmo cercano al 3%; los bajos precios del petróleo suponen una enorme transferencia de riqueza a favor de los países importadores de crudo -como es nuestro caso-; la reducción de impuestos y la creación de empleo -aunque sea precario- aún alimenta la demanda interna y, en definitiva, los bajos tipos de interés facilitan que bastantes familias lleguen a final de mes con mayor desahogo. Son múltiples los factores que a día de hoy juegan a favor de una recuperación más rápida, a falta de la necesaria estabilidad política. Sin embargo, sobre todo en Asia han empezado a surgir negros nubarrones que amenazan los equilibrios mundiales. Al lado de la ciclogénesis de Oriente, la crisis política española puede parecer un juego de niños.

Y, en realidad, seguramente lo es. Pensar que nuestro país se autodestruye en el tablero de las vanidades no deja de ser otro modo de narcisismo. Pedro Sánchez, al menos, está mostrando iniciativa y cintura en su intento de tejer alianzas y formar gobierno, lo que obligará a reaccionar incluso al PP. Sus propuestas buscan contrapesar los extremos con el mínimo común denominador del centrismo. Y es en este marco del posibilismo donde irán apareciendo soluciones precarias aunque suficientes de momento. Una parte importante del trabajo ya ha sido hecho -como el saneamiento bancario- y otra parte crucial, la que corresponde a la reforma política, está pendiente. Pero no dudo que se llevará a cabo, más pronto que tarde.

El pesimismo actúa como un reflejo de la melancolía, cuando la historia reciente de nuestro país debería invitarnos a un optimismo cauto y prudente. Ni tanto ni tan poco, por así decirlo. Lo mismo sucede con la tempestad mundial que anuncian las bolsas de medio mundo. Los agoreros advierten de un inminente crash bancario con epicentro en el Deutsche Bank: el nuevo Lehman Brothers, dicen. La caída del crudo -de proporciones históricas a día de hoy- provocaría quiebras generalizadas, tanto de países exportadores como de empresas petrolíferas. La desaceleración china terminaría causando una guerra de divisas, con efectos devastadores. Tal vez sea así y veamos algo, o mucho, de todo esto. Pero todos tendemos a magnificar lo inmediato de un modo excesivo. En las épocas de prosperidad nos enamoramos de lo bueno, mientras que en las de carestía no percibimos más que sombras, peligros y amenazas. Al final, hay mucho de representación en esta forma de percibir la realidad, por lo que guardar ciertas distancias resulta, como mínimo, saludable. Al parecer, nos enfrentamos a un escenario muy complejo y desestabilizador. Sin embargo, no me cabe duda que a medio plazo habremos salido de ésta. Y, mientras tanto, el mundo seguirá funcionando como siempre: los hospitales y las escuelas abrirán, nuevas empresas sustituirán a las que desaparezcan, se volverá a crear empleo y las tensiones políticas encontrarán -¿por qué no?- un nuevo punto de equilibrio.

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