Es joven y le gusta escribir. Quisiera vivir de ello; hasta hace un año y poco no sabía ni que existía. Un día, no recuerdo cómo, tal vez por un comentario suyo en mi blog reparé en ella. Comencé a seguirla. Me gustó qué escribía y cómo lo escribía. Con desparpajo, descriptiva, fresca. Poco después la conocí y la animé a que escribiera más, que lo hiciera con disciplina. "Te haré hueco en el blog", le dije con intención de presionarla. Se asustó pero lo hizo. Sus primeros textos fueron celebrados por los amigos que nos siguen. Todos destacan su habilidad para que lo que escribe se palpe, huela, tenga vida. De vez en cuando hablamos y la animo a seguir escribiendo. Es ocurrente. Capaz de escuchar una breve conversación y novelarla como si la viviera.

Yo apenas sabía de su vida pese a las muchas comunicaciones hasta que un día, hace nada, llamó emocionada. Supe entonces que su madre había muerto dos años antes de conocernos y que hasta tanto no había tenido valor para ordenar las cosas personales de la fallecida. Sus cajones, su ropa, sus libros, sus papeles; pero una tarde se envalentonó y metió la cabeza en esos recuerdos. "Todo huele a ella?", comentaba. Pero no contaba mi amiga con la sorpresa que le tenía reservada su madre. En una carpeta hallaría un reportaje, el que le hice a Tite, cantante y guitarrista uruguayo, querido amigo. Se mostró exultante y emocionada por el hallazgo, lo exteriorizó. "Son dos páginas tuyas", precisó. "Debió gustarle y lo guardó?" concluimos ambas. Resumiendo, que esa mamá era una de las lectoras que tenemos y jamás conocemos. Recordaba amorosa que en ocasiones su madre mencionaba mi nombre. Le emocionaba saber que me leía. "Creo que estaría muy orgullosa si supiera que ahora somos amigas, que escribo contigo".

Lo sabe y te lee.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com