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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Quitar la placa no ayuda a entender

Asistimos en estado de acartonamiento a un redoble de la intolerancia entre supuestos expertos de la Universidad Complutense y el equipo de la memoria histórica de la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena. En el menester de arrancar de cuajo placas de la baba franquista de la capital de España dan un golpe de culata a Salvador Dalí o a Josep Pla, a los que no se les perdona, en el caso del primero, ir al Pardo a mostrarle su bigote a Franco, y en el del segundo, por ser espía en Francia al servicio del nacionalismo catalán que buscaba un pacto con el golpista. Sin embargo, entre el pon y quita la placa hay un abismo no abordado: falta cuajo para explicar qué sucedió, cómo evolucionaron algunos y hasta qué punto estuvieron dispuestos a transigir en las cuatro décadas de pensamiento único. Cuarenta años después de cubrir su cadáver enjuto con el peso de la losa sólo cabe ayudar a entender, a contribuir a buscar el mejor antídoto contra el odio, a cerrar las heridas que todavía supuran. En este sentido, una placa y hasta un monumento constituyen una anécdota.

A través de los estudios de Miguel Pérez Corrales y de Alfonso Armas Ayala, y por supuesto que de las obras Crimen y Lancelot, me hice desde hace años un devoto de Agustín Espinosa, intelligentsia preclara del grupo Gaceta de Arte y conspirador para situar a Canarias en el epicentro del surrealismo en vísperas de la Guerra Civil, con una fuerte campaña en contra de los sectores conservadores y católicos de gran empuje. Los retratos de la época expresan la seguridad de un catedrático metido de lleno en la revolución de los espíritus, conectado con los tentáculos que daban paso a una nueva cultura. Eduardo Westerdahl lo fotografía en su gesto más revolucionario: trata de desembarazarse de una manguera que amenaza con cerrarle el gaznate de manera drástica. Nunca mejor dicho.

Según esta comisión de expertos o sabuesos de las esencias, mi querido Agustín Espinosa no pasaría la prueba del algodón que tan golosamente aplica en el llamado estadio procedimental la Complutense de Madrid. ¿Qué había sucedido? El autor de aquel célebre comienzo de Luna de miel, arremangado con la voluptuosidad de "me había dormido entre veinte senos, veinte bocas, veinte sexos, veinte muslos, veinte lenguas y veinte ojos de una misma mujer (?)", se convirtió a partir del 18 de julio de 1936 en una piltrafa humana con su cátedra suspendida, que pedía perdón por las esquinas y que se sentaba en las covachas de plomo y tinta del Régimen a poner su verbo al servicio de los camisas azules, que le sacaban los colmillos cada vez que podían. Compañeros como Domingo López Torres y Luis Rodríguez Figueroa recibieron el pasaporte, mientras que Espinosa, sin antecedentes políticos, salvó el pellejo pero a costa de la humillación. A los falangistas les encantaba tenerlo a mano en sus redacciones con la promesa de que algún día recibiría destino y sueldo.

En 1937 va a Salamanca a pedir clemencia y seguro que a jurar lealtad a los principios del Movimiento. Su úlcera de duodeno aprieta y necesita dinero para ser intervenido. Solicita su "traslado o adscripción al Instituto de Santa Cruz de La Palma o en su defecto al instituto del mediodía de la Península o del norte de África". El 28 de enero de 1939 muere al no poder superar la operación, y sobre su obra y vida, al igual que un huracán, cae el estampido del silencio de unos y de otros. Pérez Minik, su compañero en la aventura surrealista, dice que Agustín Espinosa fue sometido a "tortura intelectual". El único sentido que tiene bucear en los entresijos de las armaduras descompuestas radica en entender qué sucedió, y las placas, como he dicho, constituyen sólo la calderilla, cosas de políticos y profesores de universidad capaces -y la soberbia tiene unos huevos- de ponerse a buscar al intelectual perfecto, misión obscena y perdida de antemano. Quiero decir que el final espectral de Agustín Espinosa en modo alguno menoscabó la admiración que sentía y siento por él. ¿Quiénes somos nosotros para enjuiciar a los que no duermen por ser blanco de carniceros nocturnos? De ellos sí hay que hablar y borrar, y perdonarle mucho y bastante al miedo.

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