En ese nonato Gobierno presidido y solo presidido por Pedro Sánchez, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, se reserva hasta el Ministerio del Tiempo. He leído que no cabe asombrarse por las propuestas y estilos argumentales de Podemos, que son lo que son, que no engañan a nadie. Eso es palmariamente falso. Todo partido político intenta, en las democracias representativas, parecerse desesperadamente a sus votantes potenciales. Quizás esa ardua operación mimética, a veces resuelta cantinflescamente, no sea exactamente mentir, pero se le parece bastante. En el caso de Podemos ese propósito se integra en una estrategia para alcanzar el poder basada en camaleonizarse sobre el PSOE de finales de los años setenta. Arriesgado, pero no imposible, ese equilibrio entre el populismo antisistema y la socialdemocracia dizque renovada, pero se trata de llegar al poder, no que quede ideológicamente bonito. No otra es la razón, obviamente, por la que Iglesias y sus compañeros han moderado su discurso y paralelamente han desactivado elegantemente la democracia interna en aquellos lugares y circunstancias en que el control de la organización estaba amenazado por aquellos que no son pablistas de estricta observancia. Cabe intuir que la cúpula de Podemos cuenta con la abrasadora necesidad de Pedro Sánchez de llegar a La Moncloa para que se trague un chiripitifláutico reparto del Gobierno y un programa electoral económica y fiscalmente irrealizable. Y aun siendo un simple expediente para escenificar una negociación hueca, las ofertas de Iglesias regalan a la vista y a las entendederas una concepción del poder político no inocentemente amateur, sino realmente peligroso, como esa pretensión de crear una Oficina contra la Corrupción directamente dependiente de la Vicepresidencia, es decir, de Iglesias mismo, como si su señoría y su partido estuvieran exentos de fiscalización. A todos aquellos que se ríen (o se indignan) cuando se tacha a los podemitas de bolivarianos debería bastarles esa grotesca Oficina Vicepresidencial donde se confunden el poder ejecutivo y judicial, dotando al sujeto que gobierne (y eventualmente a su fuerza política) de una posición inquisitorial sobre las restantes. Pero no creo que se corra este peligro de manera inmediata, porque esto va a cambiar.

Antes de una semana Mariano Rajoy será invitado a jubilarse y el PP, con la candidata Soraya Sáenz de Santamaría o la candidata Cristina Cifuentes, ofrecerá un gran pacto a Ciudadanos. Y si no es posible en las elecciones del próximo junio, congreso extraordinario mediante, y con la candidata todavía más preparada y sazonada, ganará las elecciones. Y las ganará por un margen más amplio todavía. Las izquierdas, envueltas en sus supremas conspiraciones y en esos conciliábulos donde se confunde la orientación de la Historia con su marca de calzoncillos, están cociéndose en el agua hirviendo de sus incapacidades y trapacerías, aunque todavía no lo han notado.