La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

The end

Si como vimos en colaboraciones anteriores el título y el arranque de un artículo son esenciales para animar a su lectura, está claro que no lo es menos el modo de rematarlo para dejar a su término un buen sabor de boca. Y ya puestos me voy a permitir ramificar la importancia del cierre a géneros como el cine, el teatro, o incluso la ópera.

A todos nos ha ocurrido al final de una película ver aparecer inopinadamente la palabra FIN, o directamente la lista de créditos, quedándonos en la duda si el film realmente se ha terminado, o si es que se han saltado una bobina (o lo que toque hoy día) en la cabina de proyección. Quizá la intención del director sea dejar a nuestro albedrío el presumible final que se nos escamotea, u otro (posiblemente mejorado) que se nos pueda ocurrir.

Pues muy mal. Este no es modo de proceder. Sensu contrario, las películas con cuyo recuerdo nos deleitamos son las que terminan con un mensaje que nos conmueve o nos horripila, o por qué no, provoca nuestra carcajada: sólo por poner algún ejemplo, creo que todos recordamos la cinta de Billy Wilder Con faldas y a lo loco en cuya secuencia final uno de los protagonistas, disfrazado de mujer, ante el asedio de un admirador se arranca la peluca confesando su sexo real. La memorable réplica del amante en potencia: "nadie es perfecto".

En la última escena de la ópera Rigoletto, el bufón, sobre el que pesa una maldición, ha contratado la muerte de su Señor el duque de Mantua. Al abrir el saco que le entrega el sicario se dispone a paladear la venganza, ante el cadáver de su enemigo. Todos sabemos que lo que lo que va a encontrarse es el cuerpo inerte de Gilda, su propia hija. Como es obligado en una ópera que se respete, Gilda parece revivir, pero sólo lo justo para exhalar el último suspiro en los brazos de su padre. El grito desgarrador "¡¡la maledizione!!" nos deja bien a las claras que estamos ante el final de la obra, lo que nos acaba de corroborar la solemne e inapelable caída del telón.

Y si nos quedamos en el terreno del bel canto, en Don Giovanni tampoco la escena que concluye el último acto nos deja duda sobre la culminación de la obra: como en justo castigo a su disipada vida, Don Juan es arrastrado por el Comendador de piedra, a las profundidades del infierno, envuelto en llamas.

Y para terminar de ilustrar la importancia de un buen cierre, no me resisto a citar también una obra teatral. En el drama de Ibsen Hedda Gabler el colofón es asimismo dramático, pues se escucha en la escena final la detonación del arma con la que la protagonista acaba de volarse la tapa de los sesos. Pero el broche definitivo lo pone el que la acosaba para convertirse en su amante al proclamar, como el que reprocha a un niño su travesura: "¡Esto no se hace!"

Sea como fuere, convendrán conmigo que pese a la truculencia de alguno de los desenlaces citados, nos hallamos en presencia de unos ejemplos cuya culminación, redonda e inequívoca, hace de ellos unas obras... "felizmente resueltas".

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