Cuando empieza a llover -y sobre todo si además sopla algo de viento y nieva en las cumbres- llega el momento de practicar una breve hibernación informativa. Alguien debería estudiar la relación entre la lluvia, y más especialmente la nieve, y los desórdenes hormonales de los canarios. Como los periodistas, pese a las leyendas que todavía circulan dentro y fuera de las redacciones, son seres más o menos humanos, participan en este atroz desparrame sensorial, y las portadas de los diarios se llenan de fotos en lo que queda inmortalizado el prodigio de la lluvia en invierno. En un famoso poema Borges dijo que sin duda la lluvia era algo que ocurría en el pasado, pero para los periodistas canarios, por el contrario, la lluvia es algo que siempre ocurre por primera vez. Es tan terrible como inevitable: en las pantallas surge un pibe con cara de asombro infinito que desde Tamadaba o Las Cañadas del Teide señala con el dedo un montón de nieve que comienza a ponerse cenicienta por el efecto de ser fotografiada millones de veces en un miserable fin de semana. Las radios son plenamente intransitables:

-Y estamos aquí en Triana con una señora que ha salido a comprar el pan pero que se va a volver a su casa por toda el agua que está cayendo en estos momentos en la capital grancanaria...

-¿Yo? No. No voy a volver a casa mi niña.

-Pero no tiene pan.

-Uy, cómo no, tengo pan de molde.

-Pero, señora...

-No soy una señora... ¿No tiene ojos en la cara?

-Pero esto es Triana, ¿no?

-No.

El viejo anónimo es imprescindible: nostálgico, zumbado, novelero y/o catastrofista. En estos aguados días los locutores de radio y televisión se lanzan a las calles a la busca y captura de ancianos despistados, cuanto más viejos, arrugados y petudos mejor, carcamales que recuerden cuando José Manuel Soria no se ponía tinte en el pelo, un suponer, para hacerles la pregunta imprescindible:

-¿Y usted había visto llover así alguna vez en Fuerteventura, caballero?

-No, yo caballos nunca lo vi. En las ferias diantes, sí, pero ahora...

-No llover, llover, caer agua del cielo, llover. ¿Antes llovía? ¿Alguna vez tocó usted con sus dedos una gota de lluvia?

-Ay, sí, antes sí que llovía, que me acuerdo cómo caía agua y agua y no paraba durante mucho rato. Claro que uno era chico y quizás llovía un fisco y lo recuerda como si fuera el mar de agua, no sé, ay, me duele la espalda...

-¿Y eso significa más lluvia o menos?

-Y yo qué sé, como si fuera el médico yo.

-¿Sí? ¿Control? Coño, pues disculpa. Es el mejor viejo que he encontrado.

Se lo recomiendo encarecidamente. Hasta que no escampe, o mejor, hasta que no salga de nuevo el sol y el termómetro supere los 25 grados, no se acerque a un televisor o un aparato de radio si no quiere usted ser atravesado por disparos de nieve y chubascos de estupidez de intensidad moderada.