Las Palmas de Gran Canaria llega hoy al cierre del Carnaval, una fiesta que durante tres semanas es más que una excusa para el divertimento, el descaro y el disfraz. Más que una manera de vivir durante 20 días entre música, murgas, chiringuitos y mascaritas, esta celebración es un acontecimiento que sobrepasa el espíritu y las ganas de divertirse de una ciudad, tolerante y abierta, que desde la recuperación del Carnaval en 1976 ha evolucionado y crecido acorde a unas carnestolendas que se han inoculado en la propia idiosincrasia de la capital, que se ofrece como un espacio abierto, entre la vanguardia y la tradición. Una capital acogedora para los miles de turistas que ha recibido en las últimas semanas, integradora con tradiciones procedentes de otras islas, como la de los indianos de La Palma, e innovadora con un espectáculo tan transgresor como la Gala Drag Queen.

Una gala que ha adquirido un magnífico nivel de profesionalidad y talento, convertida en la estrella de los carnavales de Las Palmas de Gran Canaria por la vanguardia, originalidad, libertad y tolerancia de quienes participan en ella. Una muestra de la competencia y capacitación de la ciudad para montar un show tan bien organizado en el que se implican decenas de técnicos y profesionales y que es seguido por miles de espectadores en directo y millones de televidentes por los canales que lo retransmiten.

Argumentos más que razonables para que el Ayuntamiento haga examen de conciencia y recapacite sobre la innecesaria incertidumbre a la que sometió el viernes a quienes esperaban acudir en el parque Santa Catalina a la Gala Drag, que se mantuvo hasta apenas veinte minutos antes de la hora de comienzo, pese a las intensas precipitaciones que cayeron sobre la ciudad a lo largo del día, que dejaron incluso sin luz una hora antes el escenario y el edificio Miller. Apurar hasta el límite aconsejable, pese a las inclemencias meteorológicas, la final de las reinonas no parece lo más sensato. Mantener la tensión hasta el último minuto, pese a que lo evidente aconsejaba el aplazamiento por el mal tiempo, es síntoma de una terquedad que cuestiona la capacidad de reacción ante las adversidades. Como si el empecinamiento en celebrar la gala a toda costa fuera a despejar el cielo.

Se puede entender que el fin de fiesta de los carnavales programado este año por el Ayuntamiento surgiera de una buena intención, alargando unos días más las celebraciones -incluso cuando por el calendario estamos ya en Cuaresma- con un apoteósico cierre con cabalgata y la reina de las Drag en un paseo triunfal por toda la ciudad, pero tanto se ha estirado la celebración, que al final acabó por romperse. Que llueva no es culpa del Ayuntamiento, pero sí no haber actuado con más rapidez y diligencia para evitar la decepción del viernes por la noche con el aplazamiento hasta hoy de la final de las reinonas.

Los carnavales son más que un simple entretenimiento: dan una proyección turística nacional e internacional para Las Palmas de Gran Canaria, que ha generado alrededor de estas fiestas una industria propia en torno a la cultura del espectáculo, con centenares de trabajadores vinculados a este negocio, y unos ingresos adicionales de más de 15 millones de euros durante las semanas en las que se celebra, con llenos en hoteles, restaurantes y cafeterías. Es una extraordinaria combinación en donde el ocio proporciona una nada despreciable, todo lo contrario, contribución a la riqueza de la ciudad.

Cuatro décadas de historia cumple este año el Carnaval, que renació merced a la picaresca, astucia y capacidad de negociación de un vecino de La Isleta pocas semanas después de la muerte de Franco. Unas celebraciones enmascaradas entonces bajo el disfraz de unas denominadas "fiestas de invierno". Cuarenta años más tarde se sigue manteniendo el mismo motivo por el que se recuperó: "Un Carnaval para la gente y hecho por la gente". Participativo. Ese es el único requisito de obligado cumplimiento para poner de acuerdo a comparsas, murgas, empresarios, patrocinadores, diseñadores, drags y, también, a los vecinos de las zonas más afectadas por el ruido y ocio nocturno durante estas fiestas.

Desde hace cinco años el Carnaval es un acontecimiento declarado de Interés Turístico, una de las referencias de la proyección en el exterior de la capital, que se ha consolidado como un atractivo muy apreciado por los operadores turísticos y agentes de viajes en una época del año, febrero, en el que la ciudad disfruta de una climatología suave, aunque en esta edición el temporal revolvió al final los actos previstos. Por la tradición y trascendencia que tiene en los medios de comunicación nacionales e internacionales, las actividades comerciales, culturales y de ocio que genera, las dotaciones de infraestructura turística que se benefician y los valores sociales, económicos, culturales y medioambientales que conlleva, la industria del Carnaval es una realidad que aún está, de todos modos, por explotar convenientemente.

Aunque sobre todo al final de las fiestas llegaron el frío y las lluvias, este año no ha disminuido la afluencia de asistentes a los actos. Es más, la edición de 2016 es una de las más participativas de los últimos años tanto en lo programado sobre el escenario del Parque de Santa Catalina como en lo organizado en el Boulevard del Carnaval, en la zona del Intercambiador de Santa Catalina. Y han desaparecido, por fin, los chiringuitos de lata para modernizar los espacios de ocio, en un lavado de cara tan necesitado como requerido.

También ha sido éste un año para constatar la demanda del Carnaval de Día. No sólo han sido de nuevo un éxito los carnavales de Vegueta, una zona que se queda pequeña ya para tanta mascarita, si no que también los alrededores del Parque estuvieron abarrotados durante el Martes de Carnaval con un maratón de orquestas y músicos a lo largo del día que satisfizo a esa generación que antaño quemaba las noches en los chiringuitos del Parque Blanco y hoy son padres de familia que desean continuar disfrutando de los carnavales, pero con sus chiquillos.

Entre los retos a afrontar en un futuro está -además de saber llevar la multitudinaria ilusión y demanda ciudadana para que no muera de éxito y ahí queda como lección la más que mejorable gestión de la final de la Gala Drag -reconducir el Pasacalle Infantil, una cabalgata que ahora es demasiado corta para el interés que despierta y el numerosísimo público que reúne- y ampliar el Carnaval de la calle para que cada vez sean más los rincones de la ciudad implicados en las fiestas. Aunque es verdad que determinadas tradiciones no conviene modificarlas ni revolucionar las fechas del calendario también en ocasiones conviene no obcecarse ante quienes, siempre desde la mesura y la serenidad, pero también con atrevimiento, y no sin cierta provocación, se plantean si en el siglo XXI una fiesta que moviliza durante tres semanas a más de 200.000 personas -sólo por el escenario del Parque pasan a lo largo del Carnaval 30.000 personas- debe mantenerse sólo en invierno y no llevar una parte también al verano.

Y si de verdad esta ciudad es curiosa, abierta y generosa al recibir y absorber con naturalidad la riqueza de todas las culturas que la integran ningún sentido tiene que en ocasiones el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria aparezca enfangado por pleitos políticos, aprovechados malintencionados y reivindicaciones trasnochadas ajenas al lema con el que se creó: "Un Carnaval para la gente y hecho por la gente". Las cuatro décadas transcurridas desde su recuperación es bagaje suficiente para sentirnos satisfechos y orgullosos para mantener el espíritu con el que resurgieron ahora hace cuarenta años.