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Javier Durán

Opinión

Javier Durán

¡Al lector hay que exigirle!

A él tenemos que culparle, porque ya para siempre nos dejó impregnados de la doble lectura: podía ser o no podía ser. Todavía me acuerdo del laborioso engendró que dejó sobre mis hombros El nombre de la rosa, generador infame del trastorno con que atravesé durante un tiempo capillas, criptas, sacristías, catedrales, monasterios... En ellos, Eco, querido Eco, creía ver a tus dominicos de la abadía enfrascados en terribles pugnas cuajadas de asesinatos, señales que aceleraban y desaceleraban el riego sanguíneo. ¡Al lector hay que exigirle!, parecías gritar desde esas páginas que puestas así, abiertas de par en par, nos machacaban el hígado de preguntas: ¿qué es esta maravilla?, nos decíamos unos a otros, seguidores convulsos de la novela supernovela, porque ahí todavía no se experimentaba con la muerte del género. Todo lo contrario: habías apretado el extintor y derramabas sobre el planeta una revolución. ¡Oh, los códices! Y empezaba la cruenta batalla en torno al petróleo de una era: amanuenses tostados en la letra, dejando que el secreto se pudriese. Y décadas después dijo: "Las redes sociales les dan el derecho a hablar a legiones de idiotas". Volvamos a pasar de puntillas sobre las inscripciones más aviesas.

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