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El pilar de la excepción

El acuerdo para la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea tiene una parte positiva y otra negativa. La positiva es que por fin sitúa al bloque ante la necesidad de empezar a trabajar a base de cooperaciones reforzadas, y no de unanimidad. Lo que no deja de ser una bendición en una unión a veintiocho. La crisis de los refugiados lo demuestra. Y la amenaza del temido 'Brexit', también. Como decía ayer el siempre lúcido Josep Borrell, "no se puede enamorar a la fuerza: si el Reino Unido no quiere, pues no quiere".

Cooperaciones reforzadas quiere decir varias velocidades, y el ejemplo de Cameron -enfervorizado europeísta ahora que tiene el acuerdo en mano- le viene al club que ni pintiparado. No se puede avanzar hacia la unión política con obligaciones ni amenazas. Y a nadie debe extrañar que, de hacerse algún día realidad, haya socios que se queden al margen, pues ni todos los países miembros están en el euro ni todos forman parte del espacio Schengen, y ambos son pilares del edificio comunitario.

Lo único que debe quedar claro es qué grado de cooperación se necesita para avanzar en una dirección determinada -por ejemplo, hacia la incompleta unión monetaria, bancaria, fiscal- y cuándo, cómo y cuánto podrán oponerse los países que no quieran emprender ese camino a las decisiones de los que sí desean hacerlo. En otras palabras, cuánta variabilidad admite la geometría de un bloque de veintiocho países.

Ésa es la parte positiva del acuerdo con Londres, porque esclarece el camino y pone al club ante el espejo de sus propias disfunciones y ante la perentoria necesidad de superarlas, ahora que ya sabe que no todos los socios viven con la misma intensidad el amor comunitario.

La parte negativa del pacto es la discriminación que sanciona y que vulnera otro importante pilar fundacional: la igualdad de derechos. Para frenar la inmigración, Londres podrá denegar ayudas públicas a los trabajadores de otros países miembros durante sus primeros cuatro años de contrato. La medida "sólo" se aplicará durante un máximo de siete años -Cameron pretendía que fuesen trece-, pero el ejemplo de la excepcionalidad británica empieza a cundir, y ya hay socios como Alemania y Bélgica que quieren apuntarse a la otra restricción arrancada por el "premier" a sus socios: que las ayudas por hijo que concede a los trabajadores comunitarios se ajusten al nivel de vida de su país de origen si el vástago no reside en el Reino Unido. ¿Trastocan o traicionan el proyecto europeo estas concesiones a Londres? Lo hacen, sí, pero poco importa, porque no había alternativa -ni una parte ni la otra quería el 'Brexit'-, y además la historia de la relación entre Londres y Bruselas es pródiga en chantajes.

Por eso no era necesaria esta pamema: diluye un poco más la Unión, sólo beneficia a Cameron y no creo que ayude a reducir el euroescepticismo que agrieta las filas 'tories'. Espero que si gana el "no" en el referéndum de junio, de lo pactado, nada.

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