La Provincia - Diario de Las Palmas

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Perspectiva

Fue en Dinamarca

Si la noticia hubiera ocurrido en Alemania, donde el culto al trabajo es casi definitorio de la nacionalidad, el genio prusiano hubiera saltado de inmediato. Hasta las formas hubiera perdido el buen lector germano al conocer que en su país se había llegado a ese extremo. Unmöglich, guter Mann! Pero, sucedió en Dinamarca. En un mal chiste, por el que me apresuro a pedir mil perdones, es como si a un viandante de Madrid, de pelo color parduzco y apellidado Rodríguez -es sólo un decir-, le preguntan: "¿Es usted español?" Y, sin hacer un alto en el camino, respondiese: "No, soy de España". En un delirio parecido se ha movido la peripecia vivida por el joven estudiante Marius Youbi, de origen camerunés, al que sólo se le permitía trabajar en su puesto de empleo de limpiador 15 horas semanales. Y ni una más. De hecho, superó el límite en 90 minutos, por lo cual, en cumplimiento de la estricta normativa laboral escandinava, fue despedido de la empresa en la que se había distinguido por su entrega y ejemplo. Por si fuera poco, el gobierno, a través de los servicios de control de la inmigración, también decidió su deportación a Camerún sin posibilidad de remisión. Lo más sorprendente es que la universidad en la que seguía los estudios de ingeniería no ha dejado pasar la oportunidad de defender, e incluso revindicar, la ejemplaridad de Youbi. Tanto es así que, el mismo día de la obligada partida, le han realizado los exámenes a los que tenía perfecto derecho por la satisfacción de una matrícula tan alta como las calificaciones obtenidas en aquellas tres últimas pruebas.

La universidad de Aarhus ya ha emprendido una campaña de recogida firmas para que el bueno de Youbi regrese a sus aulas. Voces de la misma sentencian que el joven era de "lo mejor que tenían por allí". Es difícil comprender lo que la humana estupidez puede llegar a maquinar, pero uno se interroga por si tal cúmulo de despropósitos hubiera acontecido en una latitud más al sur. En España, pongamos por caso. ¿Cuál hubiera sido la reacción de los medios y por dónde se hubieran conducido los comentarios a la noticia? Prontamente, diarios y televisiones habrían hecho seguimiento de la suerte del africano, mostrando la crueldad de un sistema de inmigración que castiga al individuo que se esfuerza y persevera en un proyecto de vida por el que abandonó en su momento la tierra que le vio nacer, puesto que allí no habría de contar con los medios y recursos que, en este otro lugar del mundo, sí dispone. Sin embargo, la razón no debe quedarse en lo anecdótico so pena de esquivar la realidad del hecho, tan lamentable como inquietante.

Europa es el continente de la Ilustración, de unos ideales que se han plasmado en el afán de progreso intelectual y material, y que ahora ve como ese puesto de supremacía social y moral está en peligro. En cierta manera, esos temores tienen fundadas raíces, tal vez la inquietud reinante sea más que razonable, pero lo que bajo ninguna circunstancia ha de aplaudirse es la negación de nuestra identidad como colectivo. Fue en Dinamarca, pero podría haber ocurrido en cualquier otro punto de esta Europa, por momentos gloriosa y a ratos decadente, y la reacción debería haber sido de idéntica naturaleza. Por desgracia, una reacción que no ha sabido ejemplificar el Estado danés. Los europeos, si de un sentimiento hemos hecho patria, es la solidaridad, en especial, con aquellos que comulgan expresamente con los valores constitutivos de una mentalidad en pos del desarrollo de la persona y los derechos que la asisten.

De regreso a la escena inicial, en la que el delirio abrumaba a la inteligencia, cabría modificarla en los nombres y en la ubicación, para comprender por qué Youbi sufrió lo que jamás pensó, que en Europa y por tratar de ser europeo en sus aspiraciones, le darían cruelmente la espalda. A la pregunta: ¿es Dinamarca digna de una persona como Marius Youbi? La respuesta, y no es en absoluto delirante, es que no, por lo menos hasta que el gobierno de esa nación, y la parte de la sociedad que lo apoya, no asuma el error de despreciar a aquel que encarna en sí mismo los mejores ideales de civilización y progreso. Sólo entonces, Dinamarca logrará reconciliarse con Europa, y con ella misma si me apuran, puesto que todos somos uno en lo que respecta a la definición de una forma de entender y proteger la vida.

Una lección que, aparentemente, teníamos olvidada y que, de cuando en cuando, alguien se encarga de renovar. La Europa de los maestros del pensamiento y de la ciencia más puntera bien haría en escuchar lo que el joven aprendiz le susurra al oído, más que con palabras, con la crueldad de una desventura que castiga al que honra el destino y los principios de un continente.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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