Hay instantes tan sublimes que rebobinados en la retina volverán a emocionarnos incluso más que en el fugaz directo.

La épica del deporte está repleta de momentos en los que el baloncesto se ha erigido como uno de los principales protagonistas. El siempre hermano menor del todopoderoso fútbol nos ha regalado instantáneas que le colocan en lugar de culto en las videotecas deportivas.

Una de estas imágenes la ocupará por derecho propio el Herbalife Gran Canaria y su irreductible afición. Su empuje y entrega son parte de un todo idílico. Los amarillos de leyenda y su estelar actuación en la Copa del Rey jamás quedarán relegados al olvido que seremos. Las lagrimas de los seguidores en el pabellón Multiusos de La Coruña y las de miles de hinchas en Canarias son testigos de excepción de la historia. La trayectoria del club claretiano ya es imperecedera, póstuma, al margen de marcadores. Por mucho que le pese a esos fanáticos del fútbol cainita, el parqué y la canasta han relegado al césped y la portería.

Al carallo tanta gomina y presupuestos desmesurados. Uno de los culpables de esta premisa es el Herbalife que, con galones de un grande, se metió en el bolsillo a A Coruña y a todo un país gracias al torneo con más solera del viejo continente. La Copa disfrutó del mejor baloncesto europeo, que vino aderezado con gratas sorpresas en un ambiente festivo único.

Concentrar a ocho aficiones durante cuatro días sin que haya altercados sólo es posible gracias al baloncesto, que desconoce eso de partidos de alto riesgo. El embrujo copero seduce con su magia a equipos, seguidores, ojeadores y a los medios de comunicación que, edición tras edición, hacen más universal el baloncesto. Una atmósfera que en esta ocasión se ha visto impregnada por el amarillo intenso del Gran Canaria, auténtico Rey de copas.

Un conjunto repleto de ilusión y confianza que destila aromas de campeón. Pasión y emoción en estado puro que, a buen seguro, volveremos a degustar. Gracias, 'Granca'.