La Provincia - Diario de Las Palmas

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Inventario de perplejidades

Cuando los actores fumaban

Que yo recuerde, el rito iniciático del primer cigarrillo se practicaba a la salida del colegio, en un lugar apartado de las miradas de personas adultas y con los escolares alineados en corro. Alguien, seguramente uno de los más atrevidos, se habría agenciado unos cigarrillos hurtándoselos a un hermano mayor, o adquiriéndolos en uno de aquellos quioscos pobretones que hacían la vista gorda sobre la edad de los clientes. Los tabacos solían ser de ínfima calidad, pero incluso esa circunstancia le proporcionaba un morboso aliciente al ritual, porque quienes caminábamos hacia la adolescencia tendíamos a asociar el placer con la maldad quizás por un efecto perverso de nuestra educación nacional-católica. El caso es que había que fumar obligadamente inhalando aquel humo apestoso que irritaba los pulmones. Sin rechistar y a ser posible sin toser como les veíamos hacer en el cine con elegancia desenvuelta a unos actores y actrices que encendían un cigarro detrás de otro. Y todos sentíamos admiración por la apostura viril con que fumaban actores como Humphrey Bogart, Richard Widmark, Gary Cooper, o Clak Gable. O por la languidez sensual con que lo hacían actrices de espléndida belleza como Rita Hayworth, Ava Gadner, Marilyn Monroe o Marlene Dietrich, aquel prodigio de ambigüedad sexual. Sin olvidar, por supuesto, a nuestra Sara Montiel que hizo una obra de arte de la provocación con aquel recitado malicioso de un cuplé que además se llamaba Fumando espero, mientras se adornaba con una boquilla que iba y venia alrededor de sus labios. En la recreación de atmósferas dramáticas del cine en blanco y negro era imprescindible el concurso del humo grisáceo de los cigarros. Y en las del cine en color, la nube azulada de un buen tabaco. Lo que no sabíamos los escolares que nos iniciábamos en el rito es que las empresas tabaqueras financiaban a las compañías cinematográficas y a los actores para que los personajes que aparecían en las películas fumasen continuamente y así provocar la emulación entre el publico. Unas maniobras insidiosas que no quedaron circunscritas a los años en que todavía no se asociaba la costumbre de fumar con el cáncer, porque entre 1979 y 1983 se supo de pagos millonarios a actores como Clint Eastwood, Sean Connery, Paul Newman, o Sylvester Stallone para que continuasen haciendo propaganda. Campaña, por cierto, que aún no ha cesado del todo, ya que la OMS acaba de hacer público un informe en el que propone a la industria cinematográfica que adopte una serie de medidas para limitar la influencia que sobre los adolescentes ejercen las películas en las que se fuma, una práctica malsana que mata cada año a seis millones de personas. Y cita entre esas medidas: que las películas donde se fuma sean no recomendadas para menores de edad; que desaparezcan las marcas de tabaco en los anuncios que preceden a la proyección; y que se certifique en los títulos de crédito que la película no ha sido financiada por la industria del tabaco. Me perece muy bien lo que propone la OMS. El que esto firma nunca ha sido fumador. Cuando me dieron a fumar el primer cigarrillo me supo horrible. Un colega me dijo que el rito de iniciación exigía acostumbrarse a ello, pero no me convenció.

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