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Cine 'La habitación'

El demonio viene a verte

A pesar de la notable repercusión que muchas de sus películas han cosechado en festivales de todo el mundo, el director irlandés Lenny Abrahamson sigue siendo, prácticamente, un desconocido para el espectador español, empezando por mí mismo, que tan sólo puedo dar fe de la extraordinaria Garaje (2007), que tuve ocasión de ver en el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria unas cuantas ediciones atrás. La habitación, basada en la novela homónima de Emma Donoghue, supone una nueva ocasión para aproximarse a este cineasta que nos pone en contacto con una parte esencial de nuestra condición humana de una manera novedosa, fascinante, pero, al mismo tiempo, punzante.

¿Qué tiene este quinto largometraje de Abrahamson para que sus fotogramas provoquen en el espectador sensaciones de inmediatez, familiaridad y sencillez? La pregunta no tiene fácil respuesta porque la historia que cuenta es terrible. La habitación es la estancia (un dormitorio con una cocina, un retrete y una bañera) donde viven Joy (Brie Larson) y su hijo Jack (Jacob Tremblay), de cinco años. Joy fue secuestrada cuando tenía diecisiete años. Por lo tanto, lleva cinco años encerrada en la habitación. Allí, el misterioso secuestrador abusa de ella cada noche; en esas ocasiones, Joy esconde a su hijo Jack (concebido y nacido en la habitación) en el armario para que no lo descubra. Joy y Jack llaman a su carcelero el Viejo Nick, que es la expresión que los anglosajones utilizan para referirse al demonio.

Para valorar en su justa medida La habitación, cuya visión nunca es complaciente, es necesario dejar claro desde el principio que lo mejor de la película, aparte de su maravillosa intérprete, Brie Larson, que parte como favorita para llevarse el Óscar a la mejor actriz en la ceremonia que se celebra el próximo domingo, reside en la realización de Abrahamson que reconduce hacia terrenos insospechados una historia a priori ideal para explotar hasta la saciedad la sensiblería y lo lacrimógeno, pero que en sus manos se convierte en un auténtico canto a la dignidad humana que nace, precisamente, de los aspectos más desagradables y menos gratificantes del relato.

Abrahamson modula el tono justo, medido, sin excesos de la narración, lo que convierte La habitación en una película realista, que filma el día a día, el minuto a minuto de la desolación en una habitación de 10 metros cuadrados. Su cámara indagadora no deja tregua y coloca a los actores, y al espectador, en una experiencia humana tensa, intensa y reveladora. Experiencia fílmica de choque diseñada para no dejar indiferente a nadie. No cabe duda de que sacar belleza del horror, a pesar de lo que sostiene Rilke ("la belleza no es nada sino el principio de lo terrible"), es el más noble de los empeños artísticos.

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