Le hacía ilusión. Mucha. Mara González estaba abrumada con tantísimas muestras de cariño recibidas desde que anunció su retirada; a todas ellas contestó mientras pudo. Sus hijas, Ada y Guacimara, la reñían porque eso le suponía una emotividad que no le venía bien a su delicado estado de salud. Pocos días antes de fallecer Mara supo que la ciudad en la que desarrolló su actividad radiofónica durante 50 años tendría una calle con su nombre. Mucha emoción. Esos mismos días se sucedieron generosas propuestas de homenajes en todas las islas y ella los agradeció y rechazó consciente de que "no estoy fuerte", me comentó. La calle a su nombre era otra cosa; una concesión sin tumulto, que no alteraría su vida. Por eso el viernes cuando el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria lo aprobó recordé a tres políticos de Gran Canaria que desde que en estas páginas la periodista contó hace dos domingos su estado preguntaron veloces "¿Para cuándo el gran homenaje a Mara?" Ellos y yo sabemos de quiénes hablo. Pero no eran días para alterarla, de manera que les sugerí: "¿Y una calle a su nombre?" e hicieron suya la idea. Así de cercano y empático fue todo pero siempre con el visto bueno de sus hijas, que, desoladas, se enredaban en la cocina mientras mamá Mara en el salón de la casa, tan acogedor como ella misma, contaba su vida; no sé si sabrán que hace un mes quiso que escribiera su biografía y acepté encantada pero consciente de que los días se nos echaban encima. Con ese proyecto llegamos hasta donde pudimos, hasta donde ella pudo. No se imaginan lo que la ilusionaba verla terminaba; "hay que hacerla deprisa", repetía. Mensajes dolorosos. Puse todo mi empeño y corazón pa-ra hacer realidad el sueño de mi amiga pero la vida nos atropelló.

Nunca he disimulado tanto.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com