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Reflexión

Falsa tolerancia y acoso escolar

Fernando Savater se alzó con la XXVII edición del Premio Julio Camba de Periodismo con un artículo, publicado por el diario El País en octubre de 2005, titulado '¡Te daba así!' Su argumento principal era este: "Ninguna bofetada sustituye a la persuasión, pero alguna -en la ocasión y el momento adecuados- puede servir de aldabonazo para que las razones persuasivas sean mejor atendidas". Hábilmente escrito, pleno de oportunos y ajustados matices, supo encandilar no sólo a los miembros del tribunal que juzgaba la concesión del galardón, sino que mucho antes lo había conseguido con la masa lectora del periódico en el que apareció el original; además venía a coincidir en el tiempo con una creciente preocupación por el ambiente de crispación e indisciplina que se percibía en muchos centros escolares. La situación, lejos de mejorar, persiste y, en algunos momentos, llega a provocar una convulsión entre la opinión pública.

La reciente difusión de la carta del joven Diego, el adolescente madrileño que decidió acabar con su vida tras sufrir constantes episodios de violencia, no ha hecho más que centrar la lupa mediática en el régimen de convivencia que se vive a diario en los colegios e institutos repartidos por todo el territorio nacional. Al pronto, la primera reflexión, y hay que entenderla como una reacción tranquilizadora, es la certificación de la excepcionalidad de la tragedia, aunque en sí misma reveladora de un mal enquistado, de una vorágine de abyectas sensaciones que no se ha sabido frenar. El segundo paso, en el que ahora se encuentran la sociedad en general y los entornos escolares en particular, es la de administrar las medidas conducentes a la detección temprana del problema y, en lo posible, enfrentarlo con una atención personalizada sobre las víctimas y, cómo no, sobre los propios acosadores. Sin embargo, por mucho que sea el interés que se ponga en la resolución del acoso a los menores por parte de sus iguales, nada cambiará si no se actúa de manera contundente sobre los que hacen vejación de los derechos de los acosados; en definitiva, no habrá esperanza si de veras no se acomete una profunda revisión de los presupuestos sobre los que se asienta la pedagogía de la irresponsabilidad que tanto perjuicio ha ocasionado a la educación.

Los países del norte de Europa lo tienen muy claro. Ante todo, incluso antes que la obligada evaluación psicológica de los envueltos en el maltrato adolescente, propinan un correctivo ejemplar, precisamente el que se echa de menos en estas latitudes. Una de las naciones que ha visto anticipadamente la necesidad de arbitrar semejantes medidas es Alemania, donde se llega al extremo de aislar a los acosadores, pero no sólo de su círculo próximo, sino de cualquier referencia social básica. Tiene suscritos acuerdos con algunos estados limítrofes para, sobrevenida la eventualidad, montar comunas de reeducación en los parajes más inhóspitos y despoblados con la finalidad de insuflar el aliento por la convivencia de aquellos que, sin ningún tipo de remilgos, son considerados como auténticos indeseables. Tal apartamiento, sin redes sociales ni cualquier otro asidero psicoafectivo, provoca una reacción de negación, en un principio, pero, poco después, con la sabia intervención de profesionales del medio educativo y clínico, los chicos asumen al fin la maldad de sus acciones y contemplan como legítimo que el vivir con los demás, el ser aceptado en el grupo, no implica el desprecio del derecho de los más débiles a seguir con su propia vida. Es la perfecta combinación de la calibrada represión y el método educativo la que termina por devolver a la sociedad a aquellos descarriados, a los que ya se creía prácticamente irrecuperables.

En España, la nula preocupación por atajar la cruel dinámica del acoso escolar se aprecia en la ausencia de un programa integral de atención y sanción a los que quiebran los usos jurídicos de la definición de normalidad social. De nuevo, la inquietante supremacía de lo emocional sobre lo disciplinario, del sentimiento sobre el derecho, perturba la razón de las cosas. El apostar únicamente por el aprendizaje emocional, en la prevención y control de las conductas reprochables desde el punto de vista moral y penal, como es el caso, por encima inclusive de su valoración punitiva, mal se compadece con el supuesto ánimo reeducador de tales medidas. Lo que el chico deduce de estas respuestas a su innoble proceder es que tan pronto se difumine el alcance de sus desmanes, se acabará el interés por el progreso de su actitud ante los demás. En realidad, esto del aprendizaje emocional es una sutil coartada para que todo siga exactamente igual.

La trágica lección de lo ocurrido a Diego es tan simple como escasamente atendida. La "falsa tolerancia" -como así la llama Savater- de aquellos que niegan el valor educador de las restricciones a los menores sólo produce lo que se intenta evitar, la extensión del fenómeno de la indisciplina y el acoso entre iguales. Luchemos porque la palabra "responsabilidad" salga del diccionario y se haga realidad entre nuestros jóvenes.

(*) Doctor en Historia y Profesor de Filosofía

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