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Crónicas galantes

Cuidado con el bisiesto

Aunque los años bisiestos como el actual carguen fama de calamitosos, lo cierto es que hasta ahora no se han producido mayores catástrofes que las relacionadas con CR7 y el madridismo en la Liga. Cumplidos ya dos meses con su día extra de ayer, nada parece alterar la calma en la que vive el país desde que la gente decidió que nadie ganase las elecciones.

Bien al contrario, la carencia de un gobierno tiene indudables ventajas que el personal va descubriendo poco a poco. Al no haber un Consejo de Ministros en firme que pueda aprobar recortes y cualquier otra maldad que pudiera ocurrírsele, la población vive libre del temor al BOE. Saben los ciudadanos que mientras dure este periodo de interinidad, ningún riesgo existe de que les amarguen el viernes con una subida de impuestos o una rebaja de prestaciones.

A esta confortadora situación política hay que añadir el abaratamiento del petróleo, que baja de precio a mayor velocidad de la que pueden asumir las gasolineras. La economía marcha tan razonablemente bien como para que las exportaciones hayan superado a las importaciones por tercer año consecutivo; y hasta la cuenta de turistas vuelve a batir récords en estos dos primeros meses del año.

Ninguna de estas felices circunstancias avala la mala prensa que tienen en el refranero los años de 366 días, reputados de siniestros para que rimen con bisiestos.

Tampoco hay razón científica o siquiera astrológica que sustente la creencia de que los bisiestos son de mal agüero por su propia naturaleza. Solo los refranes invitan a deducir que los años con 29 de febrero incluido coinciden con épocas de penuria y desventura; pero a falta de argumentos más sólidos no queda sino considerarlos mera superstición. Y las supersticiones traen mala suerte, como bien saben los gallegos que se abstienen de incurrir en ellas.

Quedan todavía diez meses por delante en los que cualquier cosa -fausta o infausta- podría ocurrir, naturalmente. Los cenizos de plantilla, por ejemplo, están sugiriendo ya la inminencia de una nueva crisis económica que azotará al mundo en general y a España en particular cuando aún nos faltan años para recuperarnos de la anterior.

Otros, en un plano más doméstico, aventuran que las finanzas del país se deteriorarán inevitablemente si continúa -como parece- hasta el otoño el periodo de interinidad en La Moncloa. Eso es tanto como ignorar que Bélgica se tiró más de un año con el gobierno en funciones sin que ocurriese nada de particular.

En realidad, el año va a ser especialmente propicio para aquellos a quienes les toque el gobierno, que a este paso acabará por decidirse en una rifa. Con el petróleo a buen precio, ingresos crecientes por turismo y una sobrada balanza de exportaciones, el que asuma el mando tendrá garantizados uno o dos años de crecimiento y relativa bonanza financiera. Bastará con que se esté lo más quieto posible a fin de no alterar el buen orden de las cosas: y todo lo demás le vendrá por añadidura.

Quizá eso explique las urgencias por hacerse con el poder que estos días exhiben los partidos, en abierto desafío a los principios de la aritmética. Por si sí o por si no, debieran tener en cuenta que este es año bisiesto y no conviene fiarse de los febreros locos que añaden un día al almanaque.

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