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Música Gran Canaria Wind Orchestra

Viento natural, viento musical

Viento sobre la mar brava al otro lado de la vidriera y, en la gran sala del Auditorio, viento musical en las cañas y embocaduras de la Gran Canaria Wind Orchestra. La mañana del domingo ilustró la vista y el oído con el poder del viento que se desata y del que embrida la creatividad humana. Escuchando por primera vez a este colectivo tan numeroso como admirablemente entrenado, sentimos una vez más el impulso del genius loci canario (la

Música con mayúscula) en emprendimientos de alto compromiso que diversifican y enriquecen la oferta cultural.

Con el apoyo de tan solo cinco arcos (tres contrabajos y dos violonchelos) que redondean y dulcifican los graves orquestales, y una muy rica batería de percusiones, todo el programa, primero de este año, fue un gozo compartido por intérpretes y público. Entre los primeros predominan los jóvenes -espléndida cantera- en su buena respuesta a la batuta de David Fiuza Souto, director invitado, de claro y elegante gesto, cuidadoso control y patente musicalidad. Y también a la pauta de un gran artista como Radovan Cavallin, clarinete solista de la Orquesta Filarmónica, en funciones de concertino.

Bajo el enunciado Europa: tradición y modernidad, todo el programa, originalmente escrito para vientos, comenzó con Il giudizio universale de Camilo de Nardis, música amable y salonera que hace lucir a los solistas y empasta magníficamente un conjunto cuyos bajos (¡trombones y tubas a 4!) no pesan ni estorban la agilidad de los temas. Con una Canción colonial de Percy Grainger destacaron las calidades tímbricas en el despliegue de una melodía reposada y rica en matices. En la Tercera Sinfonía Eslávica, de Boris Kpzhevnikov, hubo agilidad y gracia en los temas vivos y grato fraseo en los lentos, todo ello en el contexto de un denso sinfonismo muy bien resuelto.

No fue tan grato Extreme Beethoven de Johan de Meij, por una motívica beethovenia-na literalmente extremosa en el corta y pega de un popurrí sin aportaciones de valor en la es-critura pero magníficamente sonorizado por la orquesta. Finalmente, un Divertimento en cuatro tiempos, de Oliver Waespi, hizo brillar geerosamente el virtuosismo de los ejecutantes, con solos magníficos (oboe y flauta sobre todo) y un background jazzístico de gran efecto. El excelente concierto se prolongó con el bis de una Marcha solemne de Chaikovski inspirada en el himno zarista.

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