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Al azar

Óscars a buenas películas y malas interpretaciones

En resumen, Hollywood acierta con los Óscars a películas y escritores. Extravía el foco a cambio lamentablemente en los premios de interpretación, donde solo sobrevive incólume el galardón a Mark Rylance, por su papel nada secundario en El puente de los espías.

Más paradójico resulta el galardón secundario a Alicia Vikander por su insulsa pintora de La chica danesa, cuando realiza una interpretación literalmente inhumana en la electrizante Ex-machina. Y el error descarrila en ofensa, al conceder el Oscar a la mejor actriz del año a la abúlica Brie Larson. No es la nueva Emily Blunt, ni siquiera la próxima Jennifer Lawrence. Transmite simplemente el estupor de la sobrevalorada La habitación, donde se pretende demostrar que la víctima de un secuestro empeora al recuperar la libertad.

Siguiendo la consigna de Hitchcock del revés, La habitación diluye la espuma de su tensión de partida en una segunda parte desorientada. Mejor premiar a Larson que al niño insoportable pero, contando en el quinteto de nominadas con la Charlotte Rampling de 45 años, no procedía seguir buscando.

La eficaz Joan Allen arrincona de un papirotazo a Larson, su hija ficticia. Y el trabajo de Rampling ofrece mayor dificultad, pese a la simplicidad engañosa de su papel de esposa entregada. En fin, concederle cualquier tipo de premio ligado con la interpretación a Leonardo DiCaprio obliga a incidir en el ocaso de Hollywood. La osa trabajó mucho más por el galardón, la solución correcta era Michael Fassbender por su nulo parecido con Steve Jobs.

Al igual que sucede con el duelo Larson/Allen en La habitación, la verdadera interpretación de El renacido corre a cargo de Tom Hardy, presente asimismo en Mad Max, en Legend y en la mayoría de películas estrenadas el año pasado. Por fortuna, se compensó el error de DiCaprio otorgando el Óscar a la mejor película a la confección impecable de Spotlight. A Hollywood le fascinan los réquiems, y el meollo de la investigación bostoniana no anida en los abusos sexuales, sino en el periodismo desfalleciente.

Vale que premien a Iñárritu y sus actores levitadores por volar más lejos, aunque sea a costa del espectador. El depauperado cine español debe fijarse en la película húngara El hijo de Saúl. Si no más, para copiarla. El Óscar a Amy reconoce la nueva cumbre en el biopic de no-ficción. Tanto La gran apuesta como Spotlight están escritas con tinta indeleble de cine clásico.

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