Yse levantó Pablo Iglesias, la camisa blanca ligeramente arrugada y los hombros estrechos subrayando dramáticamente sus frases, y a los tres minutos, quizás antes, ya estaba en la chocolatera de la Universidad de La Laguna, principios de los ochenta y finales de una izquierda intramuros agónica pero irredenta, porque estaba escuchando, por boca de un diputado de 2016, toda esa estúpida y degradada retórica perfectamente vacua, grandilocuente, bocachancla. El capital, la oligarquía, la banca, la lucha de clases, los traidores a los trabajadores. Se puso a hablar del franquismo. Explicar la realidad política de la España actual a través del régimen franquista es incurrir en un miserable fracaso intelectual, pero Iglesias jugó a hacerlo. El PP, por ejemplo, es franquismo, porque -recordó el secretario general de Podemos- fue fundado por un grupo de exministros de Franco encabezados por Manuel Fraga. Eso es apenas una mentira: lo que fundaron los llamados siete magníficos en 1976 fue Alianza Popular, una federación de partidos diminutos. Que a la derecha española le queden asignaturas importantes para homologarse con la CDU alemana o el RPR francés no justifica comparar el actual PP -que es fruto de una evolución y un conjunto de sumas y compromisos de más de treinta años- con la Alianza Popular fraguista. Estas tonterías son propias de un pequeño tahúr. Si para el PP todo es ETA, para el discurso heroico de Iglesias todos es franquismo, tiene origen franquista o está contaminado por un franquismo inmortal y omnipresente, desde la Constitución hasta la tortilla de papas. Fue una intervención tan mísera y a ratos miserable, tan de chocolatera universitaria, que me dejó estupefacto. "Los poderosos no le han dejado llegar a un acuerdo con nosotros", le espetó Iglesias al candidato Pedro Sánchez. Pues vete tú a saber. Los poderosos franceses permitieron sin pestañear un gobierno entre socialistas y comunistas en Francia en 1981. Los poderosos portugueses, al parecer, fueron incapaces de evitar un gobierno socialista con apoyos comunistas y ecologistas que Podemos mismo pone como ejemplo. No hablemos de la cal viva que mancha a Felipe González y que no puede compararse con los ternos oscuros de ese constructor de paz y concordia que es Arnoldo Otegui. Y suma y sigue.

Dudo mucho que Iglesias sea tan imbécil como para identificarse con sus propias palabras. A lo largo del último año se había disfrazado de socialdemócrata danés de lunes a sábado -los domingos ponía cara de finlandés- y ahora el profesor irrumpe con el vocabulario y los eslóganes del redactor más obtuso de Mundo Obrero. Iglesias, por supuesto, había puesto a su izquierdismo a sobreactuar para, desde el rojo pasión, denunciar la derechización del PSOE de Sánchez. Porque, como es obvio, si Podemos apuesta por retirar el aforamiento a diputados y senadores se trata de una medida de izquierda, y es sano, emocionante y progresista, pero si lo hace Ciudadanos es insignificante, rechazable, derechista, puaj. La bondad de propuestas y medidas no depende de sí mismas, sino de quien las defienda, lo cual constituye la primera y última razón de la dirección Iglesias y sus cuates para no permitir un Gobierno entre PSOE Y Ciudadanos. Lo realmente intranquilizador de Podemos es precisamente esa combinación mentirosa y milagrera entre oportunismo camaleónico y complaciente y moralismo inquisitorial y revanchista. Lo importante son las elecciones. Y ganarlas. Y conseguir el poder. Ni reformismo ni revolución. Para Iglesias y los suyos la democracia parlamentaria es el vagón del tren desde la chocolatera universitaria hasta la estación de Finlandia.