Me ha fascinado Marienbad eléctrico, libro de Enrique Vila-Matas. Salí de su lectura como si lo hiciera de ese bosque al que aluden unos célebres versos de Tomas Tranströmer. Un bosque en medio del cual se descubren claros inesperados que solo puede encontrar quien se ha perdido en él. Es esta la manera en que visualizo la literatura de Vila-Matas. En concreto, Marienbad eléctrico, una celebración de la amistad del escritor con la artista Dominique González-Foerster (DGF). Fruto de los encuentros, intercambios virtuales y colaboración artística de ambos, el libro es un bello homenaje a su compartida fe en el arte.

En el seno de este bosque ficcional se transforma Vila-Matas en un narrador que piensa, escribe y trama. Como suele suceder en su literatura, el mensajero cuenta más que el mensaje. En otras palabras, el narrador se vuelve viajero e investigador. Mientras tanto, la narración avanza a base de felices equívocos creativos que se producen entre el escritor y DGF. Los dos espían el trabajo artístico de la otra parte y esos equívocos, cuando no la falta de datos, funcionan en la narración como estímulos para fraguar nuevas historias.

Con frecuencia es el relato ausente lo que lleva al narrador de Marienbad eléctrico a inaugurar claros en la oscuridad. Este modo de proceder encaja con la poética vilamatiana de la creación literaria. Forzar los límites de lo visible en aras de la exploración de nuevas posibilidades narrativas es una característica de aquella. "La literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es", se lee en Marienbad eléctrico. DGF, asimismo especialista en moverse a oscuras, proclama en el libro: "Mi taller es la noche. Tumbada en la oscuridad los pensamientos se exponen y cobran forma."

Ambos artistas coinciden en los procedimientos creativos. Lejos de concebir el arte como representación del mundo, lo consideran, si acaso, una hipótesis de vida. O la vida más intensa que puede darse, si se supiera lo que es en realidad la vida.