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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Una tumba que debe hablar

La búsqueda de los restos de Fernando Guanarteme, rey aborigen y de paces frente a la belicosidad de otros como Doramas, nos sitúa no sólo ante la lápida y el subsuelo de la ermita lagunera donde supuestamente yacen sus huesos, sino ante el apasionante mundo de la sociedad que emerge en Canarias tras la conquista de las Islas, sometidas a la experiencia de una explotación económica en la que estaban castellanos, genoveses, portugueses y en menor medida franceses. El monarca isleño que se asoció con Alonso de Lugo podría estar o no allí, pero de lo que no cabe duda es que el Gobierno de Canarias, con su apoyo a la iniciativa de una plataforma ciudadana, da un extraordinario paso adelante para el conocimiento de la intensa colonización que se produjo aproximadamente desde 1496 a 1525.

No hay ninguna reserva histórica de que el mejor amigo de la Corona de Castilla en las tierras salvajes camino del Nuevo Mundo viene a ser el instrumento más eficaz para conocer los procesos de alienamiento de la población indígena, diezmada por enfermedades, muertes por enfrentamientos y deportaciones masivas, entre otras causas. La consecución de su esqueleto con tecnologías punta (y siempre que la Iglesia lo permita) no debería ser el único acicate, aunque sí parece el más sugerente a efectos promocionales, pues la oportunidad, tanto si es un éxito como un fracaso, debería coadyuvar a la celebración de un congreso sobre este periodo que ponga en valor las investigaciones realizadas por la universidades canarias y extranjeras, de las que ya conocemos adelantos de relevancia en el campo de la genética.

El mismo hecho de que FG repose, a la espera de confirmación, en el subsuelo de una ermita católica, habla por sí solo de las conversiones religiosas que se producen tras la conquista. Evangelizaciones, por otra parte, derivadas de los requerimientos del nuevo poder político, y a las que se son más proclives lo aborígenes de mayor rango social, ya sea por su linaje en la sociedad indígena, sus casamientos con castellanos o por su entrega a la corona. El caudillo de Gáldar cumplía con todos estos pormenores, algo, sin embargo, no extensible al resto de indígenas, de los que no se sabe hasta qué punto prosiguieron con sus rito en un contexto de dominación religiosa cristiana. Son aspectos que quedan en el aire: entre las momias del Museo Canario y la inscripción de la lápida del rey hay todo un corrimiento en la forma de ver el mundo digno de averiguación.

La condición de interlocutor privilegiado de FG, integrado en el aparato administrativo de la corona de Castilla, contribuye a pensar que nos encontramos ante el aborigen más transparente del proceso colonizador, dado que su actividad y modo de vida (emitir testamento, sin ir más lejos) resulta controlada por la sociedad dominadora. Es probable que sea así, y que su estima entre los conquistadores venga dada por los servicios prestados a efectos de un mayor sometimiento. ¿Arrepentimiento? Lo desconozco, aunque sí hay constancia de que quiso viajar a Sevilla para interesarse por el estado de un grupo de aborígenes que vivían en los arrabales, en una situación miserable, tras ser deportados. Quizás la conciencia.

La tumba de FG encierra estos y otros secretos. La majadería, la peor de todas, sería la de buscarle rédito político al posible hallazgo, o volver otra vez a la condición de traidor o no del monarca. Razonamientos de este tipo han empantanado la investigación durante siglos, usurpándola del terreno profesional, y como consecuencia de ello del conocimiento social. Del largo trecho de colonización y estabilización gubernamental de las Islas llama la atención que FG consiguiese el beneplácito para tener a su alrededor a un grupo de aborígenes, una especie de batallón, que mantenía sus costumbres y que formaban un inquietante colectivo observado con desconfianza por los conquistadores. Fue quizás esta la causa que provocó su desaparición, dado que empezó a crecer al integrar en su seno a indígenas que habitaban en las cumbres y que buscaban la protección de FG. Y en esta estructura social, otro detalle: el rey de los canarios recibió tierras para ganados y aguas, pero nunca pudo acceder a la riqueza que controlaba con mano férrea Alonso de Lugo, el tesoro que destilaban los ingenios de azúcar.

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