Entristece ver cómo ha decaído la actividad de los restaurantes y los espacios para el turismo en las rutas del norte y centro de la Isla. Son numerosos los espacios históricos que han cerrado y no menos los que han reducido su horario a fines de semana o festivos. Son escasos los nuevos locales que abren y en su mayoría cierran al poco de ser inaugurados. De los que hay que poner en la lista de cesantes destacaría La Veguetilla, Bistro Monte, Cho Zacarías, que además dejó huérfano de museo etnográfico a Las Vegas (antaño la Vega de San Mateo era la Vega alta, Santa Brígida la de en medio y las Tafiras la Vega baja).

En su tiempo fue una ruta por paisajes rústicos y cargados de tradiciones que tuvo entre sus atractivos inicialmente las bodegas de vinos del Monte, pero toda esta zona norte vivió una reconversión a finales del siglo pasado poblándose de restaurantes, miradores y mesones de calidad que mantenían abiertas sus puertas casi todos los días. Hoy esta ruta (como casi todas las del norte) ofrece menos atractivo para los visitantes. Quedan algunos restaurantes para turistas con menú pactado por el intermediario y otros que sobreviven con una oferta diferenciada pero apenas pueden hacer caja para cubrir gastos. Por ello han reducido su actividad al fin de semana (sábado completo y domingo mediodía) para poder mantenerse. Pero el abatimiento por la menguante rentabilidad se apodera de sus propietarios y a la primera oportunidad abandonan.

Pero ¿quién tiene la culpa? ¿No hay emprendedores? ¿No hay apoyo institucional? Sí y no. La lucha de quienes arriesgan al invertir para dinamizar un lugar y generar riqueza frente a los que no quieren cerca de sus viviendas que se altere la tranquilidad con espacios de encuentro, charla, o música impide la apertura de nuevos establecimientos. Pero ese mismo rechazo conlleva la asfixia de los pueblos, condenados cada vez más a ser dormitorios sin alternativas laborales porque no atraen consumo, gasto y, en definitiva, rentas. Y, al final, desaparece la vida de cada localidad y nos convertimos en turistas en nuestra propia isla. Vamos a hoteles donde somos casi tan anónimos o más que el empleado o jubilado alemán o nórdico. Lugares dormitorio también, pero con una apabullante oferta de restaurantes, espectáculos y terrazas, espacios impersonales que utilizamos para satisfacer nuestro tiempo de ocio a pesar de tener el hogar y los amigos a unos 50 kilómetros o menos. ¿Estaremos equivocándonos en algo?

Bueno, no todo está perdido o no se ha tirado la toalla. Hay intentos de dinamización que pretenden atraer visitantes con iniciativas que consideran atractivas. Casi todos los pueblos (cada uno por su cuenta, erróneamente), intentan ser esa alternativa, pero para ello no basta el ingenio sino que han de tener mucha paciencia y perseverancia porque no se puede frenar el proceso de la noche al día, ni cambiar la cultura del encuevamiento colectivo por la de la vida en la calle, en comunidad. Y, además, antes de nada se debe contemplar si la oferta existente es válida: restaurantes, lugares que visitar y actos que disfrutar. Y por qué no... alojamientos alejados (o cerca, según se mire) de la ciudad de sol y playa.

Destaco un caso concreto por su singularidad: el Mesón de la Montaña de Arucas, realizado por el arquitecto Manuel de la Peña (Maspalomas Costa Canaria, Club Náutico, Las Palmeras, Albergue de Arinaga, fábrica Acosta, Urbanización Buenavista, colaboró con la Feria del Atlántico...) Recientemente una empresa ha restaurado el conjunto respetando el diseño original para denominarlo La corona de Arucas y poniendo todo su empeño para que merezca la pena superar el recorrido para acceder al establecimiento. Un riesgo tremendo para una situación económica en la que pocos apuestan por estas iniciativas. Pero el lugar es único. De día o de noche, al atardecer... ofrece un paisaje que abarca el norte de la Isla para recrear la vista. No se trata de un local de ruta, más bien es una ruta en sí, aunque deberá buscar modelos de negocio que permitan su mantenimiento y, posiblemente, su éxito como algún establecimiento muy próximo a este: Casa Brito, por ejemplo, aunque con otras propuestas.

Las rutas de la isla tienen su centro en Tejeda, otro caso también singular. En este municipio apuestan todo a un lema que aprovecha su entorno y a su posición que hace obligada la visita de turistas. A su escala, Tejeda cuenta con un completo inventario de recursos turísticos (tres museos, Parador, 18 restaurantes, centros de interpretación... salvo playas, este pueblo de 1.900 residentes tiene mucho que ofrecer) y han intentado ampliar su oferta con un proyecto de teleférico (de iniciativa privada) desde el casco a las proximidades del Roque Nublo. El Cabildo frenó el proyecto. Posteriormente, el Ayuntamiento colocó unos focos para convertir el Bentayga en una escultura lumínica algunas noches al año, pero tuvo que retirarlos. Paralelamente, se sumó a la asociación de Pueblos Bonitos de España, y ahora se anuncian como el pueblo más bonito y dos piedras, perdón roques, con la bendición del Fraile. Lo cierto es que ha tenido éxito esta designación como reclamo publicitario. Si bien cuando se profundiza en el tema descubres que el Ayuntamiento se ha asociado a un club en el que, además de justificar los valores naturales y patrimoniales, pagas una cuota de un euro anual por vecino hasta un tope de 5.000 euros (en el caso de Tejeda, suponemos, serán unos 1.990 euros al año) ¡Y ya tienes el título! Pero es probable que la mayoría de los municipios de la isla (con menos de 15.000 habitantes) puedan asociarse y lograr el mismo título. Sin embargo, creo, ese gasto no soluciona el problema aunque mucha gente se sienta orgullosa del supuesto premio (que de existir sería merecido).

Al margen de los títulos de pago, si queremos alternativas que solucionen esta crisis habría que plantearse qué ofrecer para poder atraer visitantes todos los días y que deseen quedarse. Habrá que pensar en crear una oferta. Por ejemplo, Teror atrae diariamente unos 2.000 turistas por su belleza arquitectónica y centro de interés religioso, aunque su oferta de restaurantes deje mucho que desear. En Arucas, la fábrica de ron recibe unos 90.000 visitantes al año (y eso casi sin esforzarse). Pero para atraer el público de la isla, en especial de la capital y área metropolitana, además de una buena y original oferta gastronómica y de centros de interés, el problema principal es el transporte y, fundamentalmente, porque son pocos los que pueden conducir tras disfrutar de una comida con algo de bebida. En este caso, una posible solución sería ofrecer un servicio de taxis con precios reducidos (dependiendo del número de pasajeros, horarios, destinos...) Porque hoy día hay muchos taxistas que se quejan de la escasa actividad y enorme competencia. Pero por las noches o los festivos nadie se atreve a ir en taxi a otro municipio porque el precio es desorbitado. Unas tarifas más asequibles y una coordinación de los taxistas de toda la Isla podría ser la alternativa. Por ejemplo, hoy día sale más barato viajar a Londres que ir en taxi a Las Lagunetas. En Venecia te llevan a Murano en embarcaciones taxi gratis para intentar venderte lámparas o piezas artesanales, pero las rutas del interior de la isla se asfixian económicamente y nadie plantea alternativas porque no caen en que compartiendo esfuerzos se puede encontrar salida a esta crisis.