Donald Trump, que aspira a ser el candidato republicano a la presidencia de EE UU, es locuaz también cuando calla gracias a un lenguaje corporal que cualquiera entiende porque todos somos "un poco etólogos", merced a lo que compartimos con los primates. Trump, que es ruidoso en silencio, tiene un pelo chillón que su peinado amplifica y que habla por él. ¿Qué dice? Que cree que en el cabello reside algo más que un conjunto de filamentos cilíndricos, delgados y de naturaleza córnea, que nace y crece en la piel. Esa creencia le lleva a aparentar que tiene 150.000 pelos, cuando no alcanzará la mitad, de la misma manera que tiene 4.000 millones de dólares, según Forbes, y declara 10.000 millones.
Trump no se resigna al calvario de la alopecia, como los melenudos que, al clarear, se rapan al cero y se dejan crecer la calva de la misma manera que se habían dejado crecer el pelo. Lo original de Trump es el peinado ¡Cuántas vueltas habrá dado a la cabeza hasta dar con él! No es el clásico toldillo temporal que cubre la zona parietal; parece una melena occipital lanzada hacia la frente y vuelta en flequillo a su lugar de origen, para juntar raíces y puntas.
A partir del peinado sabemos que Trump no se fía de los demás (no quiere más pelo que el suyo) y que confía al límite en sus posibilidades (de ahí que luzca un peinado extremo que ha ideado). Esa confianza ciega (si se viera buscaría una alternativa) indica que no empatiza: es incapaz de ponerse en los ojos del otro para ver su peinado. Es posible que las nuevas tecnologías hayan intervenido en el diseño y simulación de ese peinado cobertor y es seguro que no se perpetra sin cómplices. En eso último vemos también el tipo de relaciones que establece quien hizo famosa en televisión la divertida frase "¡estás despedido!" Trump quiere gente que sirva y calle porque nadie puede ejecutar ese peinado sin objetarlo.
