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Teatro 'Insolación'

Ictus solis

A la hora de realizar la adaptación teatral de una novela finisecular decimonónica como Insolación de Emilia Pardo Bazán, el autor de la versión, Pedro Villora, y el director, Luis Luque, se encontraron con un problema insalvable, su mensaje es obsoleto, porque la aventura de una viuda con un joven ya no escandaliza a nadie.

Lejos quedan los tiempos en los que esta novela fue rechazada por la falta de decoro que se achacaba a la protagonista, algo imperdonable en una señora que además de viuda pertenecía a la aristocracia. Quizás por eso la escenografía ha sido minimizada hasta el punto que hay ocasiones en las que el espectador sólo sabe si los personajes se encuentran al aire libre o en el interior de una edificación gracias a la aparición o ausencia de un mueble, que casi es el único elemento que aparece en escena. Sin embargo, sorprende que no haya ocurrido lo mismo con el vestuario, que sigue siendo estrictamente decimonónico. ¿A qué se debe esta diferencia en el criterio de adaptación? ¿A la voluntad de mostrar que los dos sexos vestían de manera completamente diferente porque sus roles estaban totalmente diferenciados y las mujeres estaban constreñidas por unos corsés que no sólo eran sociales?

Lo que sí está claro es que María Adánez realiza una interpretación magistral y José Manuel Poga se pone en la piel de un andaluz quizás un poco más caricaturesco que el original. Chema León interpreta correctamente a un sobrio personaje cargado de prejuicios y finalmente Pepa Rus está irreconocible en sus tres papeles de duquesa, criada y ventera. Estas actuaciones vivifican una obra anacrónica, porque a diferencia de hace más de un siglo, la gente no evita una exposición excesiva a los rayos solares para no coger una insolación, sino que pasan horas enteras tomando el sol para broncearse.

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