Una película que opta por la economía en los diálogos y que potencia los gestos y las expresividad por encima de otras cuestiones siempre será bien recibida por el aficionado al que le guste el cine con mayúsculas. Y esa es una de las ventajas de Cómo funcionan casi todas las cosas.

El argumento no tiene nada de especial. Parte de una joven que busca la felicidad sin demasiada fortuna. Y para ello primero renuncia a un trabajo estable por otro que luego se revelará peor. Y segundo decide buscar a su madre que supuestamente está en Italia, aunque resulte que viva en un pueblo cercano. Salem realiza un sutil retrato de una generación perdida que antepone la necesidad de afirmar su identidad antes que cualquier otra cosa. Y la actriz Verónica Gerez se muestra pletórica en este terreno. El realizador argentino ha creado un filme visualmente agradable que tiene su lado más ácido y humorístico en ese tufillo a autoayuda que encabeza a algunos de los pasajes del filme -cómo ser feliz, cómo descubrir tu vocación, cómo superar las adversidades- y en la historia del perro que la NASA envía a Marte y que termina acompañando a la propia protagonista.