El amor es un invento de los poetas. Pero sin la poesía que nos salva, seríamos unos muertos ambulantes. Así se expresa Raffaele Pinto, profesor de Filología en la Universidad de Barcelona, a quien José Luis Guerín (En la ciudad de Sylvia, En construcción), retrata en directo desde las aulas en La academia de las musas. Un apasionante experimento fílmico que toma la interacción entre un profesor y sus alumnas para crear una atmósfera de interrogantes en torno al poder transformador de la poesía.

El descenso al Infierno de Dante en La Divina Comedia es el punto de partida de una serie de planteamientos que primero solivianta y luego hechiza a sus alumnas y, por extensión, al espectador. La relación adúltera entre Francesca di Rímini y Paolo, hermano de su marido, propiciada por la lectura clandestina de los amores entre Lanzarote y Ginebra, será el eje principal.

¿El amor y el deseo son una imitación de la literatura? "La poesía se escribe con el lenguaje de los sentimientos", responde una alumna. "¿Y a la inversa?", plantea el profesor. El deseo se agota una vez se culmina, ¿y el amor? ¿Precisa de un contexto literario para mantenerse vivo como ideal? Al fin y al cabo, las fantasías amorosas de Emma Bovary o la locura de El Quijote son absolutamente culpa de los libros. "Tal vez deberíamos buscar el origen del amor en la naturaleza, con un hombre y una mujer a solas caminando de la mano", plantea otra alumna.

Estas cuestiones, filmadas con un gran realismo, atraviesan las aulas de la facultad, mientras que, en el hogar, su mujer en la vida real, Rosa Delor Muns, quien también presencia algunas de las clases, será crítica con un enfoque pedagógico basado, en última instancia, en que "enseñar es seducir". "Tú no eres Sócrates, y tus clases no son El banquete", le acusa. "El ideal del amor es un invento de la literatura y eso ha hecho mucho daño, sobre todo, a las mujeres, pero tú juegas a convertirlas en musas". Un papel que es, a la vez, agudo, real e hiriente.

Y es que Pinto mantiene conversaciones con sus alumnas en los descansos entre clases o trayectos en coches, siempre detrás de un cristal, tal vez para señalar esa distancia entre las ideas y la realidad. Pero en este ejercicio, en constante vibración entre lo sensorial y lo terrenal, la teoría literaria se va tornando en realidad a través de miradas, flirteos, encuentros y palabras. "La palabra tiene una fuerza impresionante, nos arrastra y nos atrapa".

A partir de la segunda mitad de la película, la trama se va internando en los senderos de la ficción y juega a desdibujar las fronteras entre lo que es real y lo que es imaginación, como un afán de poner en práctica todo aquello sobre lo que se teoriza en las aulas. La película arriesga abriendo nuevos lugares a los que el espectador se deja llevar por el magnetismo doble de la palabra y la imagen como provocadoras del deseo. Al final, el espectador abandona la sala preso de las concepciones artísticas sobre el origen y efectos de las pasiones humanas, que plantea una película independiente, necesaria, forjada desde la absoluta libertad creativa que alumbra ese "otro cine español" desde la orilla. "Somos prisioneros del lenguaje. Del lenguaje no se sale", afirma Pinto. Desde que nombramos un sentimiento, este se vuelve real. "Pero no culpen a los poetas". Las aulas, como un cierto tipo de cine, están aquí "para sembrar dudas, no verdades".