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El análisis

Silencio sobre lo que de verdad importa

Pase que no contemos con parlamentarios como Castelar o Azaña. Vale que la vulgaridad en las formas y la inconsistencia en las ideas hayan arribado al Congreso. Pero lo que no parece perdonable es el olvido de lo fundamental: el debate sobre las medidas futuras que permitan la generación de riqueza y, por esa vía, de los recursos que se necesitan para sufragar, entre otras muchas cosas, el Estado Social en el que tanto se insiste. En su lugar, el espacio de las políticas lo ocupan hoy los políticos, enredados en adolescentes cálculos que, si no fuera porque hablamos de un asunto tan delicado que afecta a tantísimas personas, resultarían grotescos. En vez de ilustrarnos sobre las estrategias que pueden servir para progresar en los distintos ámbitos, a partir de las experiencias internas y externas y del marco comunitario que venturosamente nos acoge, nuestros diputados insisten en ocuparse de cuestiones no ya ochenteras, sino decimonónicas, en un alarde de ligereza que supera ya cualquier límite. Algunos, incluso, fanfarronean sin modestia de una supuesta superioridad moral cimentada sobre los modelos que más penurias y más vulneración de los derechos humanos han originado allí donde han tenido la desgracia de aplicarse. En el fondo, de este original estado de cosas lo que parece vislumbrarse es una sutil pugna de la libertad frente a la igualdad. La primera se mantiene a sí misma, aparte de proporcionar avances donde existe. La segunda, además de precisar de la libertad para mantenerse, ha de circunscribirse necesariamente a la creación de oportunidades similares a todos los ciudadanos, a la aplicación de la ley y a la protección digna de los colectivos realmente vulnerables. El igualitarismo que hoy se predica, sin embargo, rebasa por completo esos tres ámbitos, presentándose como una marca blanca de los viejos sistemas que, en sus diversos grados, sumieron a medio planeta en la pobreza y en el subdesarrollo durante el siglo pasado. Por descontado que el liberalismo admite correcciones. Pero ha de reconocerse que representa el punto de partida sobre el que operar retoques que permitan extender la prosperidad al mayor número de personas, magno objetivo que constituye un reto para este modelo, casi diría que el más importante. De no entenderse así, urge conocer la fórmula alternativa que se pueda oponer, y el detalle de sus propuestas para concebir una economía más productiva en una sociedad más floreciente. Dígannos, por favor, cómo se puede lograr ese propósito, y los ensayos que han llevado a cabo en el exterior y su saldo de eficiencia, pero dejando a un lado histrionismos y ocurrencias inmaduras. Háblese, pues, de lo que de verdad importa, que es lo que toca hacer y no se hace.

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