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Opinión

Deporte escolar y violencia

En los últimos días se han vuelto a ver, en medios de comunicación, imágenes de padres agrediéndose en un partido de fútbol de niños en edad escolar. Cuesta pensar cómo se llega a esos extremos. Perder los nervios así, cuando se está viendo un partido de fútbol en el que juega tu hijo, no debe tener ninguna explicación convincente.

No hemos terminado de entender que los niños y niñas no son adultos en miniatura. Los problemas que conducen a estas situaciones que se han convertido en habituales son varios. Uno es que el deporte de lo más pequeños está dirigido por los adultos. Seguramente, nadie recuerda que en otras épocas, ni su padre ni su madre fuese a verlo jugar un partido de fútbol. "Los padres modernos convertimos todos los aspectos de la existencia de nuestros hijos en una cuestión de vida o muerte"; esto fue lo que sentenció un comentarista francés cuando en 2006 un padre, sin que lo supiera su hijo que jugaba al tenis, añadía en las botellas de agua de los rivales Temesta, un ansiolítico que produce somnolencia. Cuando se descubrió todo, fue condenado a ocho años de prisión.

Aunque el hecho real, enseguida muchos lo van a catalogar de exagerado y de que es sólo una excepción, es para ilustrar que en la actualidad los adultos nos implicamos más que nunca en los deportes de nuestros hijos, tanto en la organización o logística como en lo emotivo. Antes no era así, se jugaba en la calle, pactábamos las reglas, elegíamos a los equipos y arbitrábamos el partido alguno de nosotros. No había ni equipajes para distinguir, ni tácticas, ni adultos que nos dijeran qué había que hacer.

Desde niño y durante una gran parte de mi vida practiqué deportes de competición. El balonmano, el judo y la lucha canaria y los mayores no estaban a la vista, siguiéndonos a todos lados, tanto en entrenamientos como en competiciones. Ahora, desde categorías como los benjamines, todo son estadísticas, ligas y competiciones cuidadosamente organizadas como las de los adultos y mentalidad de ganar a toda costa. Las temporadas de muchos de estos niños son casi más largas que las ligas profesionales.

Ahora que está de moda lo de establecer líneas rojas, en el deporte en edad escolar, las hemos pasado hace tiempo y nadie se ha preocupado. Hemos dejado que todo transcurra con la excusa de que hay que preparar para la vida porque lo que nos vamos a encontrar es una competición permanente. Para obtener mejores notas; para tocar mejor que nadie la guitarra; para hablar inglés y alemán, perfectamente, a los doce años; para ser el mejor cocinero del mundo y hasta para ser un campeón en algún deporte, desde que tenga 11 años o menos.

No queremos concebir, por ejemplo, que en un niño las capacidades cognitivas para comprender el significado de la competición no están realmente desarrolladas antes de los diez años de edad. Hemos creído sin fundamento alguno que cuanto antes empiece a entrenar y a ganar partidos y títulos, más pronto será un campeón. Con nuestras prisas por crear estrellas del deporte estamos terminando con el arte de practicar deporte sólo por afición.

Y ya lo dijo Lena Nyberg, la defensora de los niños en Suecia: "Si hay que iniciarse en un deporte a los cinco años y estar especializado a los diez, es que la sociedad no tiene ni idea de tratar a los niños". Pues dejemos que jueguen, sin presiones y sin ver violencia. Que se formen deportivamente, sin adelantar etapas del proceso y como decía el cantautor brasileño Chico Buarque "lo que importa de verdad es el niño y el balón, el balón y el niño". Vaya a ver a su hijo e hija cómo hace deporte y pregúntele al final ¿te los ha pasado bien? No le pregunte siempre respecto al resultado con ¿cómo quedaron?, ¿ganaron?

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