La Provincia - Diario de Las Palmas

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Si Mao levantara la cabeza...

En China habitan 17.000 multimillonarios -aquellos cuyas cuentas superan los 81 millones de dólares- y su capital ha sido nombrada la ciudad con más ricos del planeta. Cien de estos magnates aparecen en la lista Forbes con fortunas que superan los mil millones. La élite del gigante asiático acumula riqueza, sin importarle los vaivenes de una bolsa que maneja el gobierno al son de sus propios intereses. Tanto es así que Estados Unidos ha perdido su corona.

De ahí que el retrato que ofrece Johnnie To en Hua li shang ban zu, traducido como Office, sea oportuno. Todo aquel que haya visitado las megalópolis de Beijing, Hong Kong o Shanghái no puede ser ajeno a una estética cuyo propuesta aparenta ser futurista pero pertenece al presente. Ahí reside el valor de un título en el que el maestro del cine de yakuzas y gánsteres se adentra en el musical para tratar, desde la sátira y el humor, la creciente pasión neoliberal y el ansia devoradora de yuanes del país de Mao Tse Tung.

"Compro, luego existo", proclama una de las ejecutivas, de pechos operados, en la multinacional Jones & Sunn, en una pieza en la que proclama su adoración al dinero y las joyas como la única razón de su existencia. El éxito es el objetivo de la nueva China y el trabajo es el único medio. Así se entretejen las historias corporativas de odio y amor de sus protagonistas al tiempo que la empresa, a punto de entrar en bolsa, se juega su futuro en una oferta pública de venta. Hasta ahí, con una primera media hora de planteamiento de enorme brillantez, todo bien.

Sin embargo, la trama pierde fuerza en el tercer acto, a medida que olvida su poso crítico, en pos de una novelita romántica de desenlace atropellado. El texto original pertenece a una obra de Sylvia Chang, que interpreta uno de los papeles. A la adaptación de To le falta equilibrio, no tiene un protagonista y al presentar una diáspora de pequeñas historias acaba por difuminar su conjunto. Un ejemplo. David, un maquiavelo que ha falseado las cuentas, engañado a su amante y jefa, se desmorona con tal falta de credibilidad que pierde toda emoción.

Pero queda el regusto inicial y el recuerdo a un lugar concreto. En la Concesión Francesa de Shanghái se encuentra un antiguo shikumen. En su interior, en el corazón de Xintiandi, el barrio de tiendas, restaurantes y ocio más lujoso de la ciudad, se celebró el 23 de julio de 1921 el primero congreso del Partido Comunista. Ahora, a unos pocos pasos se extiende una galería de lujo y opulencia. Rolex, Cartier, Christian Dior, Versace, Prada o Chanel tienen sus sedes bañadas en oro y diamantes. Es la nueva China. Una en la que el comunismo y el capitalismo coexisten. Aunque, si Mao levantara la cabeza...

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