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El análisis

¿Todavía estás ahí, Cándido?

Hay un dato que no puede pasar desapercibido, por mucho que se intente disfrazar de anécdota. El sindicato UGT sólo ha tenido dos secretarios generales desde la Transición hasta hoy mismo. Y han pasado unos añitos. A Nicolás Redondo, bajo cuya dirección fueron legalizadas estas históricas siglas, le sucedió Cándido Méndez, quien nunca ha visto la hora de dar el relevo más que cuando ya le toca la feliz jubilación laboral, es un decir.

Siempre me ha parecido sospechoso el oficio de defensor oficial de los trabajadores cuando consiste en no trabajar y cobrar por defender a los que trabajan, sobre todo si la carrera se hace interminable, tanto que llega un momento en que es imposible que estos apóstoles regresen al tajo, si es que lo tenían, para que otro compañero se haga cargo de la tarea sindical. Muchos sindicalistas profesionales nunca vuelven a madrugar, y en eso emplean todo su esfuerzo (véase a Méndez y al resto de la colla), lo cual los aleja de la realidad de los trabajadores, a los que terminan por despreciar, ya que éstos, a veces, hacen todo lo posible por conservar sus puestos de trabajo en condiciones adversas, cosa que a algunos sindicalistas profesionales les parece el colmo del conservadurismo. Los sindicatos suelen plantar batallas en favor de las víctimas de los terribles empresarios con objeto de añadir galones a sus respectivas marcas, para lo que precisan arrastrar a ejércitos de trabajadores anónimos cuyo destino final es engrosar el paro mientras ellos, extrañamente victoriosos, siguen cobrando de las subvenciones públicas.

Méndez ha acabado por emplear los mismos argumentos que Rajoy para justificar la corrupción, uno en el sindicato y el otro en el partido del Gobierno. Una de las piezas de los ERE andaluces sitúa principalmente a UGT, y también a su par, las otrora dignísimas CC OO, en el timón de la mafia, en comandita con el PSOE, y robando de las bolsas de dinero destinadas a la formación profesional de los trabajadores más precarios. Una variedad del estilo Urdangarin, quien acumulaba millones de las arcas públicas en nombre de los niños discapacitados.

Quien no ve esto está ciego o parte de un determinismo ideológico que considera reaccionaria toda aproximación crítica a la deriva de los sindicatos. He llegado a leer que la desafiliación sindical que se ha producido en masa durante el periodo de la crisis -cuando el fenómeno debiera haber sido teóricamente el contrario- se debe a la Ley Mordaza, extraordinariamente represiva contra las manifestaciones públicas, lo que constituye un pretexto tan fácil como falso. Las manifestaciones, con Ley Mordaza o sin ella, se producen a pesar de los sindicatos.

La izquierda política incurre en paradoja cuando defiende a ultranza a las centrales de clase, a la vez que se remite a las mareas ciudadanas, diferenciadas en colores según el sector profesional del que procedan, como los auténticos movimientos que expresan el malestar social derivado de la crisis y de las respuestas gubernamentales a la misma. Las mismas instancias políticas que calificaban de sindicatos amarillos a las organizaciones profesionales que han acabado sustituyendo en la práctica a las centrales tradicionales, han acabado sucumbiendo a la realidad de los movimientos sectorializados, en los que se expresan reivindicaciones interclasistas relacionadas en exclusiva con la profesión de los movilizados, por mucho que tales reivindicaciones no se limiten sólo a las condiciones laborales de los ejercientes sino también a la calidad de los servicios públicos a que atienden.

Los sindicatos tradicionales han firmado todo lo firmable con los gobiernos de turno, en el Estado y en las autonomías, como en Murcia, a cambio de prebendas para su propio estamento burocrático, y ha tenido que venir la gente de la calle a rebasarlos. Cuando reparamos en que Méndez todavía está ahí nos lo explicamos todo, y de antemano sabemos que no será elegido el único de los tres candidatos a sustituirlo que tímidamente anuncia la necesidad de una autocrítica.

Cómplices del poder de turno y de los peores empresarios, inmersos en la corrupción como una pieza más del sistema, los sindicatos agonizan. Y, entonces, los trabajadores ¿qué? La pregunta no va para Cándido, quien a partir de ahora se dedicará a vivir, ya sin excusa, del cuento.

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