El 8 de marzo de 2016 quedará insertado de manera indeleble en mi memoria como uno de los días más felices de mi existencia. En el salón dorado de las Casas Consistoriales de Santa Ana me hizo entrega el alcalde de LPGC de la medalla de oro de Bomberos de esta ciudad, a propuesta de estos. Me cupo el honor de ser receptor de la misma, junto a Tomás Duque Ramos, jefe del Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento; el suboficial José Antonio Nóbregas Rodríguez; los cabos José Antonio Espino Navarro, Wilfredo García Vega, Juan Carlos González Rodríguez y Francisco José Pérez González. De igual manera, fueron condecorados los agentes José Daniel Álamo Martín, Rodolfo Curbelo Aguilar y Damián Domínguez Franco. Desde que ocupé el lugar que me asignó Protocolo en el Salón Dorado, justo al lado de la mesa presidencial, ocupada por don Augusto Hidalgo, alcalde de LPGC, doña Encarna Galván, concejala de Seguridad, doña Eulalia Guerra, directora General de Seguridad, y don Tomás Duque, jefe del SEIS, intenté controlar la emoción que me embargaba para no evidenciar de forma tan visible la emoción, como así ocurrió. Conmoción acentuada por el recuerdo de aquel fatídico 22 de mayo del año 1986, cuando cuatro compañeros encontraron la muerte en acto de Servicio: Enrique, José Manuel, Juan José y José Juan. Estado anímico vulnerable, a lo que contribuyó también y así se evocó en mi memoria, el óbito en días pasados de dos personas muy queridas, Gabriel Navarro, Lin para los amigos, persona de gran bondad y un destacable espíritu altruista y la pérdida irreparable del querido, Antonio Cacereño, compañero de la Cruz Roja, institución a la que perteneció como voluntario, creo yo, que desde antes de nacer, además, colega de profesión, del que aprendí mucho. Ambos, admiradores del trabajo social y por supuesto de la entrega de los Bomberos.

Sentí rubor porque me pareció inmerecida la distinción, comparando mis méritos y los del resto de Bomberos galardonados por los servicios prestados a lo largo de más de treinta años de permanencia en el Cuerpo. La de ocasiones que habrán arriesgado su propia integridad física, no sólo por salvar las vidas de sus conciudadanos, sino incluso, por preservar intactos sus enseres o bienes. Y no hablemos ya de los efectos psicológicos que produce en ellos enfrentarse a determinadas situaciones, y la frustración que les invade, cuando, a pesar de sus esfuerzos hasta la extenuación, no logran salvar la vida de la persona o personas en peligro. Por el rol de enfermero que he desempeñado en el antiguo Servicio Médico de Empresa del Ayuntamiento de LPGC, junto a mi compañero médico, Manuel Hernández Hernández, hemos sido receptores de las confidencias de estos magníficos profesionales, narrándonos en multitud de ocasiones, las consecuencias orgánicas y psicológicas sufridas por lo que les toca vivir en multitud de ocasiones. Cuando en cualquiera de los Parques suena la alarma que anuncia una urgencia, no corren, sino que vuelan hacia la zona de avituallamiento para pertrecharse con sus ropas y botas. Ya la adrenalina comienza a segregarse. En segundos están en el interior de los vehículos pendientes de las órdenes para acudir allí donde se necesite de su auxilio. Por eso, y aunque la crítica es libre y hay que respetar la opinión de todo el mundo, me parece injusto cuando se les recrimina por el tiempo empleado en llegar al lugar del suceso, puesto que, a pesar de ser avezados conductores, las complicaciones de un tráfico denso unido a las dimensiones de los vehículos que utilizan, en varias ocasiones dificultan y ralentiza su desplazamiento. Por ello, mediante estas palabras deseo expresar que es un gran honor ser receptor de esta medalla de oro y de ser considerado uno más de ustedes, quizás sea por esta razón, por considerarme yo también así, por lo que cuando les veo por cualquier calle de la ciudad en sus vehículos haciendo sonar las sirenas, el corazón me da un vuelco y siempre repito lo mismo: Dios mío, permite que cumplan con su obligación y que regresen todos sanos y salvos con sus familias.

Los actuales gestores y los que estén por venir, deben velar por nuestros Bomberos, dotándoles de los medios humanos y técnicos necesarios, que les permita realizar su trabajo con la seguridad y eficacia que ellos y los ciudadanos y ciudadanas se merecen. Quiero concluir agradeciendo a LA PROVINCIA su generosidad conmigo y con el espacio dedicado en la edición impresa, en el día de la conmemoración de la festividad del Cuerpo de Bomberos.

Muchas gracias.