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Crítica XI Festival de Música Religiosa de Canarias

Un regalo del 'Cinquecento'

En el XI Festival de Música Religiosa de Canarias, programado por el maestro Gregorio Gutiérrez, tuvo especial relieve el Concierto del Coro de Cámara Ainur que dirige Mariola Rodríguez, con un prestigioso invitado en el pupitre: Eligio Luis Quinteiro, especialista grancanario con larga irradiación internacional.

Las siempre atractivas propuestas de la velada giraron en ésta alrededor de una misa famosa del sevillano Cristóbal de Morales, figura central de la primera mitad del siglo XVI. La obra se inspira, como tantas otras de la época, en el tema Mille regretz (Mil pesares) y adopta el orden de las llamadas 'misas parodia' por incluir entre las partes canónicas motetes y canciones de otros compositores, o del propio que la firma. En este caso, las alternativas de Quinteiro estuvieron en Ockeghem (final del XV) Gombert, Morales mismo y el supremo Josquin, nombres primerísimos del Cinquecento europeo. Fue un auténtico festival de estilo. El coro está en un momento dorado por el rendimiento de las voces, su emisión natural, no impostada, el oído exacto, el equilibrio entre las cuerdas y el nunca fácil balance equitativo de audibilidad entre las masculinas y las femeninas. El rigor en la distribución de los relieves de cada una de las cuerdas, atenido a las normas de aquellas bellísimas armonías horizontales que desembocaron en el glorioso contrapunto del XVII y el XVIII, tuvo importancia primera en el aprecio de las glosas y respuestas, las resueltas entradas en canon, los giros del tempo y el color derivado de la superposición de niveles alternada con homofonías de canto llano. Una permanente belleza que debería tener mayor presencia en la vida musical de las Islas.

Espléndidamente resuelta la complejidad, a tres o a seis voces, de cinco partes litúrgicas (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei, estéticamente maravilloso el último), con exquisiteces de primer nivel como los contrastados acentos de los hosannas, que marcaron picos de calidad dentro del gran nivel general y se repitieron como bises. Lo más alto, sin embargo, fue la deploración de Josquin Desprez a la muerte del viejo Ockhegem. Y siempre magnífico el director invitado Eligio Luis Quinteiro.

La soprano británica Elenor Bowers-Jolley entonó con encanto y buenísima escuela las canciones intercaladas en la Misa, acompañada, como todo el resto, por un meritorio grupo de arcos que en ocasiones se hacía molesto por exceso de reverberación en el templo. Tal vez no hacía falta duplicar viola y chelo, culpables por momentos de un bordon que oscurecía las voces.

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