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Papel vegetal

Sonrisas europeas

Resulta un tanto indecente una foto como la que publicaba la prensa el otro día tras la reunión del Consejo Europeo para tratar in extremis el drama de los refugiados.

Todos los políticos que aparecían en ella, tan sonrientes después de haber contribuido a la gran ceremonia de la confusión con un acuerdo por el que la UE se compromete a traer al continente un número de solicitantes de asilo equivalente al de las expulsiones.

Y el primero de ellos, Donald Tusk, ex primer ministro de un país que al igual que otros ex comunistas, aspira a seguir siendo étnicamente puro, y presidente a la vez, por común decisión, del Consejo Europeo: el hombre que se lució con el fuerte aviso a náufragos potenciales de que no viniesen a Europa pues serían vanos todos sus esfuerzos.

En la foto, el polaco Tusk estrecha la mano del primer ministro turco, Ahmet Davotoglu, quien exhibe una sonrisa de oreja a oreja pensando en las concesiones económicas y en materia de visados que ha logrado su Gobierno chantajeando a unos gobiernos europeos que no saben ya cómo resolver el problema.

Entre esos líderes aparece también la canciller alemana, Angela Merkel, que sonríe también en la foto como si lo decidido ahora en Bruselas no estuviera en las antípodas de su invitación inicial a abrir de par en par las puertas de su país a cuantos huyen de la persecución y de las guerras.

Dicen las crónicas que Davutoglu lanzó en la reunión la propuesta de que Europa expulse desde suelo europeo a Turquía incluso a los sirios que hayan logrado llegar ya a entrar en el continente para acoger a cambio al mismo número de potenciales refugiados que se encuentre en territorio turco.

No se sabe si alguien habló en Bruselas de los diarios atropellos de los derechos humanos en Turquía, del trato que ese país reserva a su población kurda o del apoyo que ha venido prestando Ankara a los grupos, muchos de ellos poco presentables, que combaten al dictador Bashar al Asad. Turquía es a ojos de Europa un país seguro y basta.

Como seguramente no se habló tampoco de la venta de armas que constituye un gran negocio para algunos de los países participantes en la reunión, empezando por Alemania y Francia, y que mantiene vivos tantos conflictos y no sólo en Oriente Próximo.

Tusk, el francés Hollande o la propia Merkel parecen en cambio cada vez más preocupados por el auge de los movimientos y partidos de extrema derecha en sus países al calor de la llamada crisis de los refugiados.

Gobiernos que han aplicado en casa drásticas políticas de austeridad sin tener en cuenta sus efectos sobre sus poblaciones parecen considerar ahora que el problema no son esas políticas sino quienes llegan a Europa a engrosar mañana las filas del paro, de los ambulatorios o de los comedores sociales.

En sintonía por cierto, aunque no lo confiesen, con partidos como el de Marine Le Pen en Francia, el británico UKIP, la Lega Nord italiana o la Alternativa para Alemania, por no hablar de sus equivalentes gubernamentales en la Europa del Este o incluso en Escandinavia, partidos cuyos votantes no dejan de crecer.

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