Recuerdo que desde muy niña, mi recordada y amada abuela materna, Francisca Monzón de Vega, contaba a sus nietos que ella era descendiente legítima y directa de Thenesor Semidán (cristianizado Fernando Guanarteme), relatándonos muy orgullosa la historia de su otra pariente, la princesa Masequera, y narrando con todo lujo de detalles que estaba sepultada en la hermosa iglesia de San Sebastián de la villa de Agüimes.

Nos contaba que la princesa era sobrina de Fernando Guanarteme e hija de un anterior guanarteme ("Rey", en guanche), hermano mayor de Thenesor y que estaba enterrada en la iglesia de Agüimes. Y hasta aquí llegaba mi información. Naturalmente aquellas anécdotas de mi niñez pasaron desapercibidas y olvidadas, ya que en esos maravillosos años no le di importancia a estos acontecimientos familiares, aunque mi abuela, de cuando en cuando, persistía en repetir y afirmar que era descendiente de reyes y princesas, y a mí me daba lo mismo que lo mismo me daba y aún continúo opinando de igual manera, con todo el respeto, pero ahora que leo en la prensa que genealogistas, arqueólogos e historiadores andan impacientes y desvelados en busca de los restos del rey guanche para desplazarlos, si se hallan, a su tierra natal de la Agáldar prehispánica, quién me iba a decir a mí que en el transcurso del tiempo y ya fundado el Instituto Canario de Estudios Históricos "Rey Fernando Guanarteme" (que entre otras tantas finalidades tiene el cometido de censar en su Cuerpo Colegiado a todo aquel que demuestre su descendencia, no sólo con el último rey de Gran Canaria sino con cualquier otra persona de la parroquialidad aborigen), que las rocambolescas historias de mi adorada abuela eran totalmente ciertas, que la tal princesa Masequera, natural de Gáldar y también cristianizada Catalina Guanarteme, había visitado en ocasiones la villa de Agüimes (hoy, para mí gusto, el pueblo más bonito de la isla y el mejor cuidado y donde disfruté en mis vacaciones estudiantiles de los maravillosos veranos de mi juventud, aunque no soy agüimense) para pedir limosnas benéficas, que luego entregaba a las ermitas y templos que por aquella época se levantaban y andaban tan necesitadas de ayudas económicas.

Y que estando en la casa de su sobrina Catalina Garra de Urúspuru Guanarteme la pilló la muerte, aquejada de la enfermedad de la peste, que parece que había asolado Gran Canaria un par de años antes, y por cuyo motivo tuvo que ser enterrada en dicha iglesia. Existe esta valiosa información gracias al aparecido testamento de la princesa, y extendido por su tercer marido. Muchas Catalinas me parece a mí que existen en esta historia aborigen que llevan a confusión, incluso mi nieta pequeña se llama Catalina, sin asomo por mi parte de conocer esta epopeya.

La distancia de siglos de este parentesco no me quita el sueño, pero si los huesos de Fernando Guanarteme se encuentran, y para confirmarlo hay que realizar las pruebas de ADN, pues la ciencia dice que es más fiable que la analítica se realice entre féminas descendientes, servidora se ofrece para el cotejo. Pero sigamos.

Lo que me asombra es que mi principesca antepasada matrimoniara tres veces y cuando se desposó con el tercero y último, los dos primeros aún vivían (mírala ella qué liberal para la época, "aunque igual le fueron de testigos", como era tan moderna...). O sea, que se ve que mi tataratataraabuela era muy ligona o que simplemente se cansaba pronto de sus cónyuges y no estaba dispuesta a aguantar la convivencia con estos caballeros, a los que parece que solamente les interesaba el hato de cabras que llevaba la novia en concepto de dote. ¡Hay que ver, la princesa aportó sólo cabras como prebenda y en la mía casi se despluman mis padres!

Pero volviendo al cogollo del meollo, les cuento lo que me han contado. Pedro de Vega, apodado "el Rey", por ser el armero real de la conquista, tuvo dos hijos: Pedro y Juan. Con Pedro se casó la Masequera, viviendo con él en Tirajana y teniendo varios hijos allí, divorciándose luego para contraer nupcias con Adán de Acedo, un vasco con quien también engendró otros tantos vástagos y al que abandona para casarse nuevamente con un canario prehispánico llamado Blas Rodríguez, con quien también tiene larga descendencia. Así es que mi abuela materna, Francisca Monzón de Vega, nacida en Santa Lucía de Tirajana e hija de un juez de paz, y domiciliada en Agüimes después de su matrimonio con un agüimense, donde vivió en su hermosa casona de dos plantas, junto a la hermosa iglesia, procede legítimamente de don Luis de Vega, el hijo mayor de la princesa Masequera. O sea, el parentesco está confirmado por mi yaya, pero sobre todo la historia real la ratifica y reafirma, después de un exhaustivo estudio, mi buen amigo Miguel Rodríguez Díaz de Quintana, Secretario del Instituto y uno de los genealogistas más serios y documentados del Archipiélago, hombre con enorme capacidad para la investigación rigurosa y el esfuerzo de ahondar con fundamento en los documentos más impensables como fuente de indagación, como ahora lo ha hecho con su libro "Los Patronos de la Virgen de Teror", donde nos ofrece primicias desconocidas, documentadas y biografiadas de cada uno de los patronos sobre sus responsabilidades para con la Patrona de la Diócesis, e igualmente con las camareras de la Virgen, los mecenas con sus generosas aportaciones y así un largo etcétera que hace muy interesante este laborioso trabajo de información. Y del que recomiendo su lectura.

Así es que gracias al esfuerzo desinteresado de mi ilustre amigo Miguel, que ha ahondado concienzudamente en mi árbol genealógico, y a las reiteraciones de mi abuela Francisca, se corrobora que por mis venas corre la misma sangre aborigen que con tanto ímpetu defendía el derrotado monarca isleño Fernando Guanarteme. Escarbando por mi cuenta, leo que la princesa Masequera, creyendo que el capturado rey Fernando Guanarteme había muerto en la península a manos de los castellanos, se proclama a sí misma Guayarmina sucesora (Guayarmina significa "Reina", en guanche), consciente del regio vínculo de sangre, y decide unir fuerzas con el líder guerrero Bentejuí para luchar contra el ejército invasor de Alonso Fernández de Lugo, como así hizo en una batalla campal (¡una auténtica Agustina de Aragón!), aunque, tristemente, la rendición llegó pronto y el suicidio de Bentejuí también, junto al Faycan de Telde, despeñándose ambos por el barranco de Atis Tirma. O sea que menudo guirigay se formó en esta conquista, donde no quedó ni el berro para el potaje.

Servidora, transcurrida la niñez, en mis reflexiones de adulta siempre pensé que podía ser cierto lo que sostenía mi abuela, ¡y ahora lo sé firmemente, porque al fin entiendo de dónde me viene a mí la vena de gustarme tanto el gofio y el beletén! Que tengan un buen día.

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