La Provincia - Diario de Las Palmas

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Crónicas galantes

Dinero gratis

El Banco Central Europeo está que lo tira y ha decidido bajar a cero patatero el precio de los intereses que cobra -o cobraba- por prestar cuartos. Todavía no da duros a cuatro pesetas, pero está en ello. De hecho, ha abierto una especie de barra libre para que los bancos pasen por ventanilla y reciban una pequeña cantidad a cambio de llevarse un préstamo si, a su vez, conceden crédito a sus clientes.

Lógicamente, las Bolsas y demás templos del dinero han acogido con alborozo la noticia. Subieron de golpe entre un tres y un cuatro por ciento, si bien la reacción se disipó pasadas unas horas, casi tan rápido como las burbujas del champán. La mayoría de ellas acabaron cerrando en rojo: un color que, por variados motivos, resulta poco grato al mundo de las finanzas.

Será que a estas alturas de la larguísima crisis ya nadie cree en los Reyes Magos ni, mucho menos, en que el dinero no valga -o cueste- nada. Los particulares acostumbrados a tratar con los bancos saben por experiencia que eso no sucede jamás; y quizá los grandes inversores hayan llegado a parecida conclusión.

Lo que se confirma con la decisión del banco emisor de euros es el carácter metafísico del dinero. El BCE, que viene siendo un trasunto terrenal del Espíritu Santo, puede crearlo sin más que hacer, hale hop, algunos apuntes contables. Su presidente, Mario Draghi, ha ido algo más lejos en esta ocasión al bajar su precio hasta el nivel de la pura gratuidad, aunque ya se ve que ni así se confían los que van a recibirlo.

La idea de Draghi consiste en regar de efectivo a las decaídas economías de Europa para que la gente se anime a hacer gasto y de este modo se ponga en marcha la maquinaria de la producción y el consumo. Se evitaría, además, el riesgo inminente de deflación, que es otra de las paradojas del dinero.

La deflación, horrendo palabro, alude al peligro de una constante bajada de precios como la que se está produciendo desde hace ya varios meses. La teoría dice que cuánto más desciendan, más insistirán en guardarse su dinero los compradores que aún lo tengan, a la espera de que el coste de los productos siga cayendo en el futuro. Si tal ocurriese, los consumidores dejarían de consumir; el comercio no vendería; las fábricas tendrían que reducir producción o cerrar las puertas y sus trabajadores ingresarían en el ya copioso ejército del paro. Lógicamente, los parados se quedarían sin dinero para comprar aunque los precios bajen. Algo así como el cuento de la lechera, contado del revés.

El mago Draghi da por hecho que sus medidas de choque conjurarán tan grave peligro, aunque la primera reacción de los mercados -sea lo que sea eso- sugiere que el efecto equivale, por el momento, al descorche de una botella de gaseosa. A reserva de lo que suceda en los próximos días, se conoce que la larga duración de la crisis y sus amenazas de recaída han vuelto escépticos a los que se juegan cada día los cuartos en las Bolsas. Tanto como para que ni siquiera el estímulo del dinero regalado haga que su gozo dure más allá de una sesión.

Aun así, no extrañará que medio mundo quiera venirse a este moderno reino de Jauja que llamamos Europa, hasta el punto de colapsar sus fronteras. Habría que explicarles a los viajeros que eso del dinero gratis es una forma de hablar como cualquier otra. No sea que luego se lleven una decepción.

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