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Opinión

Argumentarios contra la realidad

Cuando te conviertes en objetivo del poder máximo ni recitar el catecismo te libra de la caída en desgracia. Lo sabe bien Sergio Pascual quien hasta la medianoche de su destitución como secretario de Organización de Podemos atribuía las grietas abiertas en el seno de la formación al enemigo exterior. Pascual fue modélico en el uso de los argumentarios con los que todos los partidos tratan de confinar la realidad en el estrecho redil de la doctrina. No quedó fuera del organigrama por faltar al dogma sino por las deficiencias de su gestión, explicación con la que el partido más comprometido con el desmontaje del mundo en el que vivimos invoca esa falacia sistémica que es la eficiencia. El sistema, derrochador en todo, tiene en su frontiscipio la eficacia cuando lo que premia son otras cosas muy distintas y ni siquiera reconoce siempre a los mejores, que tienden a quedar por detrás de los más rentables y de los que mejor obedecen. La misma justificación formal que utilizaría cualquier consejo de administración para prescindir de un ejecutivo sirve para explicar la salida de Pascual y se incorpora ahora al argumentario de Podemos, que él recitaba con aplicación de comulgante.

Paradojas al margen, por esas grietas vuelve a asomar la cara más oscura de Pablo Iglesias, la que enseñó en el debate de investidura, la del leninismo puesto al día que no titubea en cortar cabezas para mandar señales inequívocas a una militancia carente de cultura organizativa y disciplina de partido. Adiós a la poética del beso y bienvenida la jerarquía implacable de siempre.

Resulta improbable que el hervidero interno de Podemos se enfríe con los viejos métodos purgantes. Sí hay constancia de que la realidad siempre desborda a las consignas, a las letanías matutinas que los partidos ponen en circulación para atenuar el impacto de los acontecimientos que escapan a su control. Lo que antes generaban los aparatos de propaganda ha transmutado en esos mensajes que permiten encarar preguntas incómodas con respuestas precocinadas.

La práctica, que arruina el debate político pero cuyo efecto más letal es el aburrimiento, no distingue colores.

El imparable incendio valenciano ha llegado a las mismas puertas de Génova y hasta el propio Rajoy dice que huele a quemado. Atrás quedan muchos días de encubrir con el lenguaje único y cerrado lo que se sustanciaba en el juzgado.

El PP extrema su estrategia de negar la realidad e investiga nuevas fórmulas de encubrir lo que ocurre. La más radical es declarar al Gobierno en funciones libre del control parlamentario. La vía tiene sus riesgos, del que no es el menor un Ejecutivo que dentro de los límites de interinidad todavía dispone de mucho margen para actuar contra el criterio de una cámara en la que carece de respaldo. Uno de los objetivos es justamente ése, evitar someterse al Congreso para que no quede en evidencia que el PP ha perdido la mayoría que ostentaba antes del 20D. En definitiva que, en contra de lo que sostiene el argumentario popular, siendo el partido más votado todavía no ha ganado las elecciones.

Esta situación de Gobierno descontrolado puede prolongarse hasta septiembre si, finalmente, se consuma la repetición de elecciones. Un tiempo excesivo para explorar una forma dudosa de democracia parlamentaria sin parlamento que pronto tendrá nombre propio en el argumentario.

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