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Aula sin muros

Se lo digo a tu padre

La festividad de San José que la Iglesia instituyó para honrar al padre de Cristo la aprovecharon el mercado y los almacenes comerciales para convertirla en consumo y hacer negocio. Regalos para los padres como demostración de cariño a quien, durante tiempo, ostentó la autoridad en el seno de las familias. Este sentimiento de mando y control sobre la vida del hogar, la mujer y los hijos tenía como fundamento el Cuarto Mandamiento que mandaba honrar los padres y, más atrás, la autoritas del Derecho Romano que confería al paterfamilias un poder omnímodo sobre mujer, hijos y propiedades. Y así hasta no hace mucho tiempo en el que la madre desempeñaba el papel de proporcionar afecto, acogida y mediación ante un posible iracundo padre al que las propias madres recurrían cuando no podían manejar disrupciones o inadecuados comportamientos de los hijos. En habla popular: "No los podían meter a viaje". Entonces surgía la amenaza que hacía temblar al más díscolo de la prole: "Se lo digo a tu padre cuando vuelva". Consecuencia: una fuerte reprimenda, como mal menor, o la tollina que, en casos más graves, podían dejar las señas de un cinto marcadas en las costillas o las nalgas. En muchas familias no hacía falta llegar a tales extremos. Bastaba una sola mirada de un padre disconforme y enojado para no conceder un permiso, reprensión o rechazo ante un comportamiento indebido. Pero hacía siglos que ya se había producido una rebelión histórica contra el despotismo de los padres. La Declaración de los Derechos del Hombre abolió el deber, por parte de los hijos, de obedecer a ciegas a los padres. Balzac lo asoció a la Revolución francesa al escribir: "Cuando la República cortó la cabeza al rey Luis XVI se la cortó a todos los padres". Después, a principios del siglo XX, Freud, que convivió con el apogeo de gobiernos y familias autoritarias, abundó en la rebelión al acuñar la expresión de "matar al padre". Lo tradujo al discurso terapéutico del Psicoanálisis como una forma catártica de reconciliarse con un padre hostil y castrador supuesto responsable de conflictos y frustraciones infantiles.

En esto los padres siempre han salido peor parados que las madres. Hasta dichos populares como el de "madre no hay más que una" entronizaron el papel relevante de las madres frente al progenitor cuya presencia ha parecido como más periférica y prescindible. En la actualidad la familia, como tantas otras instituciones, ha evolucionado más en 50 años que centurias anteriores. Tanto que a casi nadie le extraña o escandaliza que unos hijos puedan educarse con una madre o con parejas de un mismo sexo por lo que la tradicional figura paterna queda difuminada o inexistente en el tipo de familias llamadas monoparentales. De todas formas son muchos los especialistas en Psicología y Pedagogía que advierten de los peligros de unos hijos educados sin el modelo que aporta la figura del padre dentro del hogar. En todo caso padres y madres comparten, hoy, un mismo objetivo de preparar a los hijos frente a los miedos e inseguridades de la vida. El hogar resulta un lugar seguro donde los hijos puedan hacer experimentos arriesgados. Y en esta línea el padre, antiguo ostentador de una ilimitada autoridad, desempeña un papel de orientador y modelo para los hijos. Comparte con la madre, en terminología de las nuevas corrientes liberadoras, mujer compañera y amante del marido, el rol del cuidado y proporcionar afecto los hijos. Poner pañales, preparar el batido de frutas y levantarse, por las noches, para acurrucar a un bebé con cólicos ventrales o a un niño con terror nocturno no es tarea exclusiva de las madres. Es un hecho normal ver a un padre llevando a su hijos a la escuela o colegio o acompañarlo en actividades de ocio y recreativas. Con un peligro que muchas veces puede terminar en duda y conflicto. La de querer y hasta presumir de ser el mejor "amigo" o de su hijo. Craso error que le acarrea desencanto cuando el adolescente lo ignora o intenta esquivar su presencia ante los iguales de su grupo o pandilla. Los mejores amigos de los hijos son "sus amigos". Aquellos que eligen para compartir gozos, experiencias y cuitas. De otra parte, el poder de educar ha dejado de ser exclusiva función de la familia para trasladarse, a lo largo de más de medio siglo a los maestros, los médicos y los curas. Luego a los medios de comunicación y hoy a la calle, los grupos de iguales, reinventados en las actuales redes sociales. En este sentido corresponde al padre compartir afecto, promesas, recompensas y señales, hacia los hijos, de que no todo está permitido. Que hay límites que no se deben sobrepasar. Recuperar la virtud del esfuerzo, la constancia, junto con el talento, para a ocupar un puesto en sus vidas de adulto. Servir de orientador, mediador e intérprete de un mundo mediático, globalizado en el que, pese al colorido de las imágenes y el encanto persuasivo de millones de mensajes, no es oro todo lo que reluce.

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