La Provincia - Diario de Las Palmas

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Piedra lunar

La polvopista JRB

Tras despojarse de las respectivas gabardinas y colgar los sombreros en las perchas del vestíbulo, los tertulianos inician la charla al calor de las brasas dialécticas que propicia la estación. Codina, nuestro experto en temas sociohistóricos, rompe el fuego al recordar cómo hace cincuenta años, la muchachada de París trataba de encontrar la playa debajo de los adoquines. Fue la gran metáfora de la libertad, el espíritu del 68. Ahora han llegado al patio de la política española unos académicos, recién salidos de las asambleas de los paraninfos, departamentos universitarios y convocatorias callejeras, tratando de inventar el modelo de convivencia. El discurso no deja de estar plagado de retórica, utopía y demagogia que embauca a los indocumentados. Y no deja de prender las llamas en quienes estamos ahítos de tanta corruptela y latrocinio público. Y ahí, en este escenario de contradicción social, nos encontramos en el momento actual de nuestra historia. Vemos las crónicas en las que un día desmontan pedestales, inscripciones y bustos y al día siguiente los vuelven a colocar. La precipitación reina en las decisiones. Pero la retórica está ahí: participación ciudadana, referendos vecinales sobre hechos tan trascendentes como el cambio de nombres de las calles. Tal vez haya que abordar temas de más hondo calado para no romper el globo de la ilusión y del cambio de estilo en la gobernanza municipal. Esto es lo que ha pasado con el procedimiento para modificar el rótulo de la calle Juan Rejón por la innominada y genérica carretera de hace 120 años. Al final, exigua participación vecinal y fifty-fifty en el resultado, lo que lleva a una decisión salomónica: 'Carretera de Juan Rejón'. La carcajada se oye en todos los barrios de la ciudad. Y de pronto, los ejemplos se multiplican. Recuerda Pepe Roque que la actual Avenida Marítima, con nombre de un laborioso edil como fue José Ramírez Bethencourt (JRB), en la etapa de su construcción el pueblo la denominó 'La polvopista'. Ahora el barrio de Los Arenales está en un tris de reivindicar ese nombre, tan plástico y democrático, y dejar en un segundo plano el de aquel recordado político que el destino lo llevó a ejercer en la época franquista. Esa es su desgracia histórica, después de haber trabajado con altura de miras dando un salto en la modernización urbana de esta ciudad. Y la calle Bravo Murillo, en su origen, se llamó 'Camino Nuevo'; Francisco Gourié, 'La Marina'; la Estación de Guaguas, 'El Hoyo'. Podríamos seguir buscando la prístina libertad debajo de los adoquines para encontrarnos con los topónimos no contaminados por la historia. ¡Ah! ¿Y qué hacer con la placa / medallón en bajorrelieve del propio fundador-colono-sanguinario Rejón adosado a una fachada de la Casa de Colón, en Vegueta?

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