La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zigurat

La calle es de los hinchas

Hace unos días los seguidores del equipo de fútbol PSV que recorrían las calles céntricas de Madrid tropezaron -son impedimentos en la calle- con varias personas que pedían limosna. Acostumbrados como estamos a los que piden en las plazas y calles de casi todas las ciudades europeas, vemos el problema como un mal menor para que otros vivan mejor. La invisibilidad decretada de la marginación no ha impedido que uno se encuentre y recuerde a cuántas personas ha visto pidiendo en la calle y también durmiendo en ellas.

Son muchas las causas por las que los seres humanos terminan en esta situación, pero sea cual sea la causa, cuando esto ocurre es que la sociedad, su estructura, está dañada irremediablemente.

Los sucesos que se produjeron en Madrid tuvieron su replica en Roma donde el abuso y el desprecio para con otras personas sin techo fue la tónica habitual de su paso por la ciudad eterna.

Por esto no es de extrañar que una imagen entre un oficial de policía en Nueva York, cerca de Times Square, y un mendigo, esté dando la vuelta al mundo como si se hubiera alcanzado un acuerdo para dignificar a estas gentes, y que todos los habitantes de la gran manzana hagan lo mismo; pero la noticia era otra: lo que de verdad impresionó fue que el poli se apresurara a remediar el frío de un indigente que iba descalzo y harapiento. El poli compró calcetines y zapatos y lo calzó para que no cogiera frío, dejándolo en la misma esquina donde estaba.

Cuando una obligación moral de todos se convierte en algo extraordinario es que no hemos estado a la altura: un periodista gráfico que deja su cámara para ayudar a los inmigrantes en Lesbos, otro que se mete en el agua para socorrer... ¿Es qué acaso esto no es lo que hay que hacer? O ¿es qué no se hace nunca?

Desde las sociedades liberales siempre se ha visto la beneficencia como una tarea altruista, pues si un sistema político que tiene pocas coberturas sociales y además se castigan las leyes para que las personas dispongan por lo menos de sanidad universal, estas manifestaciones de piedad que no de compasión -que sería algo así como padecer con el otro lo que al otro le pasa- se han incrementado, se multiplican -es cierto y lo hemos comprobado en nuestras comunidades- con el agravante de que entre más limosna menos actuación del Estado en políticas sociales, que para eso ya están las migajas de lo que a otro le sobra.

La fanática afición de los holandeses despreciando a los mendigos no está muy lejos de lo que está pasando en Europa y en muchos de esos países donde el miedo al emigrante ha llevado hasta los parlamentos a grupos xenófobos y racistas, que quieren sus regiones libres de esta pesada carga humana. Solo en España, según datos del ministerio de interior, se han producido 4.000 agresiones a menesterosos y emigrantes. De continuar esta dinámica estaremos dejando en el camino de la razón que todos concitan, lo esencial de nosotros mismos, pues todos los sistemas políticos que se han ido construyendo tendrían que ir hacia una sociedad justa y equitativa.

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