La Provincia - Diario de Las Palmas

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Entre líneas

Las heridas que no se ven

Demasiado tiempo sintiendo el miedo de no saber cuándo te va a tocar a ti o cuándo volverá a tocarle a uno de los tuyos.

Demasiado tiempo soportando la humillación de la barbarie que avanza ¿imparable? y que se ha adueñado de sus tierras bajo la mirada indiferente y conformista de los otros.

Demasiado tiempo sin que los niños y niñas puedan ir a la escuela, a jugar al parque, a visitar a los abuelos. Demasiado tiempo sin que puedan, simplemente, ser niños.

Demasiado tiempo sin poder salir de casa sin que suponga riesgo de muerte, secuestro, tortura o violación.

Demasiado tiempo recibiendo malas noticias al descolgar el teléfono: "es tu hija", "es tu hermano"...

Demasiado tiempo sufriendo, hasta que deciden reunir valor, dinero, familiares y vecinos suficientes para ser un poco menos vulnerables en el viaje, larguísimo, hacia la promesa de un lugar seguro. Donde no caigan bombas en el vecindario, donde no tener que dormir con ráfagas de tiros como banda sonora, donde no despertar por el destello de un impacto de misil.

Dejando atrás quienes eran, junto a sus proyectos de vida y sus muertos, empiezan, entonces, una odisea con más barreras y sobresaltos de los que pudieran esperar.

Su rol de víctimas parece ser perpetuo. Se convierten, así, en víctimas de mafias, de traficantes de personas y chalecos ahogavidas, de estafas, de robos, de agresiones y de la "protección internacional". Esa que está plasmada en convenios que pueden leerse de derecha a izquierda o de izquierda a derecha. Que pueden renegociarse en cualquier momento y siempre desde grandes y confortables despachos con aire acondicionado. Allí, ataviados con chaquetas y corbatas, algunos trazan garabatos, bajo focos, en el último renglón de montoncitos de papel que determinan la protección de la burbuja de bienestar de "los nuestros" y los límites del derecho a la vida de "los otros". ¿Quién les otorga ese poder?

Esos "otros", que mañana podemos ser tú o yo, hoy, al llegar a la isla, agradecen cada cual a su dios, el no haberse ahogado, el haber logrado cruzar esos diez kilómetros que parecían el mismo infierno ondeante sobre las aguas. Aguas que se han convertido en un inmenso cementerio, otro más, que sortear.

Llegan agarrotados por el frío, por el poco espacio, por aferrarse con fuerza a la vida. "¡Que no caiga nadie. Las mujeres y los niños en el centro del bote!"

Tras el alivio inicial de pisar tierra firme, Alhamdoulilah, llega la cruda realidad. A partir de ahora solo les espera más incertidumbre.

Algunos, cansados de aguantar el tipo en su rol de protectores, cansados de las humillaciones, cansados de haber perdido hasta la dignidad en una cruel guerra que quieren dejar atrás; derrotados por la carga de todo lo que sufren y que no se pueden permitir expresar, se vienen abajo.

Lloran entonces, adultos cual niños, hasta caer extenuados.

...Y es que, es demasiado tiempo soportando el dolor de las heridas que no se ven o ¿que no queremos ver?

(*) Presidenta de Médicos del Mundo Canarias. Artículo escrito a su vuelta de Lesbos

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